Inicio de sesión

Discurso

Palabras del Presidente Gustavo Petro en la Conferencia Magistral en la Fundación Friedrich-Ebert-Stiftung (FES)

Foto: Cristian Garavito - Presidencia

Conferencia Magistral del Presidente Gustavo Petro en la Fundación Friedrich-Ebert-Stiftung (FES) - Alemania

Berlín, República Federal de Alemania, 15 de junio de 2023. 

Presidente de la Fundación Friedrich Ebert Stiftung, FES –en Colombia le llamamos Fescol –, Martin Schulz.

Embajadores de América Latina y el Caribe presentes.

Miembros del Parlamento Alemán.

Representantes de la FES.

Funcionarios del Gobierno Nacional de Colombia.

Y en general, a todos y a todas las asistentes.

Allá veo amigos aquí, de viejas luchas…

Esta es como mi casa. Aquí vine tres veces, siempre he llegado a este recinto. Me daba envidia como un partido podía tener unas sedes tan bonitas y nosotros siempre, buscando donde arrendar allá, un cuarto.

Cuando se fundaba el Polo Democrático fui invitado varias veces como parlamentario joven, en ese momento.

Pude ser testigo de lo que sucedía en Berlín, su transformación, desde cuando todavía había verdaderos pedazos del muro que se vendían en las calles. Ahora, creo, que con los pedazos de muro se pueden hacer como 10 muros.

La transformación urbanística, un tanto apabullante –bueno, no voy a expresarme un poco sobre ese proceso de fusión que debe haber sido estudiado mucho por académicos, antropólogos, sociólogos, por la misma dirigencia política de la ciudad–

Al final de estos tiempos tenemos una ciudad que aún y en mucho es progresista, vibrante, una juventud de vanguardia.

En aquel entonces, veía a esos jóvenes organizados luchar, incluso, porque no volvieran las organizaciones neonazis a las calles de Berlín. Era casi que uno de sus grandes cometidos que querían dejar en la humanidad aquellas generaciones jóvenes, que hoy no lo son tan jóvenes. 

Supongo que hoy hay nuevas generaciones jóvenes aquí, en Berlín, luchando por lo mismo.

Las circunstancias se agravan, indudablemente, en toda Europa, en toda la humanidad. No son tiempos buenos. Pero de los tiempos que no son tan buenos es que surgen las nuevas realidades, lo nuevo. Y creo que, también, estamos viendo surgir lo nuevo en todo el mundo. 

Así que, en esta, que considero mi casa, por donde comencé a conocer a Berlín, y su arquitectura de vanguardia, y sus luchas políticas, también aprendí a ir transformando, digamos, nuestras propias concepciones, tratando siempre de ser un revolucionario, porque entendimos que el mundo cambia, el pensamiento fluye, como el agua, pero que, siempre, hay una constante y es, para algunas personas, la necesidad de estar junto a los cambios, no en contra de los cambios.

Y creo que hoy, después de una gran noche neoliberal, le llamamos nosotros, neoconservadora, le dicen otros, que, por décadas, tres, cuatro décadas, ha dominado el mundo, fundamentalmente, a partir de este lugar geográfico, del derribo del Muro de Berlín.

El derribo del Muro de Berlín trajo una oleada neoconservadora, una destrucción del movimiento obrero a escala mundial, un debilitamiento formidable y una pérdida, entonces, de valores de izquierda.

Quizás, la lucha, como alguien decía, se libraban más en el terreno de la cultura que, incluso, alrededor del poder político. Y en el terreno de la cultura sí que se transformó la humanidad en un sentido neoliberal. 

La idea de construir una sociedad, donde los seres humanos compiten como los caballos de carreras, que ni es propio de los caballos por competir ni es propio de los seres humanos. 

Estamos aquí en este planeta, no es por competir, ser solidarios, precisamente, por ir construyendo nuestra gran ventaja, un pensamiento, un saber que las otras especies no pueden construir y que solo se puede construir, precisamente, construir es a partir de lo común.

¿Quién es el dueño de las matemáticas? ¿O del álgebra? Obvio que hubo pensadores, pero es un pensamiento común que se construye a partir de diversas civilizaciones.

El saber humano expresa profundamente lo que es la solidaridad, la conectividad, la construcción colectiva. 

El neoliberalismo lo que buscó fue destruir todo lo que se llamara colectivo, lo común, la comunidad, la solidaridad, lo que nos hace seres humanos y hoy estamos recogiendo las consecuencias. 

Estaba en Davos (Suiza), me invitaron, al club de los ricos, a principios de este año, en el frio invierno suizo. 

Una aldea, unas dos calles, pero que concentran allí, en esa época, el poder económico mundial.

Ya casi que es un club, un lugar de turismo, también, para ver a los ricos, un cuidado especial del Estado suizo, también, para que no le pase nada a los ricos, para que puedan discutir. A veces, muy al estilo de ellos, con los cómicos de la televisión más famosos que llevan allí, las estrellas más famosas que llevan allí para divertir un poco el auditorio.

Pero la discusión, el ambiente que había allí no era lo mismo que antes y es sintomático de lo que pasa en la humanidad. 

Allí, en esas altas esferas del poder económico privado, algunos presidentes nos invitaron para decirnos que hacer. A veces era para escucharnos. 

Era un poder económico algo confundido en las esferas de este mundo contemporáneo, tratando de escuchar que se planteaba desde los poderes públicos. 

Creo que es al revés de las otras reuniones de Davos. Antes, los presidentes competían por ser invitados, era como una especie de membresía ser invitado en Davos, porque significaba que era un político querido por el gran poder económico. Allí no escuchaban la política. Allí le daban criterios a la política.

Ahora en Davos se habló de la policrisis, un concepto que construyeron allí. Policrisis, porque veían bajo su prisma, su bajo su visión, que una serie de crisis simultaneas aparecían sin mayores salidas.

La enfermedad que aún se vive, la enfermedad que paralizó el capitalismo por un año o más.

Ni Rosa Luxermburgo, ni Lenin, ni todos juntos se hubieran imaginado que un poder podía detener todo el capitalismo global en un año. Se lo plantearon, sí, lo quisieron hacer, pero no fueron ellos.

Los que pudieron hacerlo fue algo invisible, un virus que alguien podía llamar bolchevique, pero detuvo el capital, lo paralizó, fuimos testigos de ello para bien y para mal, lo sufrimos.

Pero también fue un espectáculo indudable, una especie de laboratorio allí, ya no en un país, en una ciudad, lo experimentó toda la humanidad.

El capital se puede detener. El mundo puede perecer o el mundo puede cambiar. Esas imágenes que vimos de calles desérticas, por donde animales que nunca en nuestra historia contemporánea habían estado, sí de antaño, que volvían a recuperar sus espacios.

Esa dinámica de una naturaleza que de pronto se veía más poderosa que el ser humano que terminaba arrinconado, encerrado, moribundo en los hospitales, sobreviviendo o tratando de sobrevivir, es un laboratorio un poco de lo que realmente estamos viviendo así no queramos mirar hacia arriba, como dice la película.

La enfermedad, la pobreza, por tanto, que creció en algunas partes del planeta, menos por el virus, más ahora por la guerra.

El hambre, la enfermedad, la pobreza y el hambre creciendo. Pero ya se lo había dicho allá, cuando cayó el muro, que lo que venía era una era sin conflictos, que se había acabado la historia, que el capital dominante y triunfante podía construir ya una humanidad pacífica y una humanidad próspera.

la generación que más ha consumido en la historia de la humanidad, que nos acercábamos al final de la historia, por tanto, y resulta que lo que vimos fue la guerra en el propio continente europeo como si no hubiera una experiencia de lo que sucede con la guerra en Europa.

Y con la guerra, paralelamente, la enfermedad y el hambre, el estancamiento económico que desde 2008 no cede, se profundiza, incluso, como todas las noticias económicas nos avisan hoy.

Pero desde el 2008, realmente, no hay crecimiento económico empujado por los países más desarrollados del mundo. La productividad se ha estancado.

Y ahora tenemos, gracias a la ciencia, quizás, las causas de todas esas crisis, que no se veía con tanta claridad en Davos, es que detrás de la guerra, detrás de la enfermedad, detrás del crecimiento de la pobreza que lleva al éxodo que está cambiando la política en donde reinaba la democracia y ahora crece el totalitarismo. Los éxodos de los pueblos del sur tratando de llegar al norte.

Las causas de ese tipo de policrisis, como decían los ricos de Davos, es otra crisis, una crisis civilizatoria, una crisis que puede llevar –nunca hemos experimentado en la historia de la humanidad algo así– a la extinción de la especie: la crisis climática. Allí está la fuente.

Y entonces, indudablemente, el mundo que vivimos hoy no es el de 1991, el de 1993, que esta sociedad la alemana vivió tan intensamente, tan alegremente, tan optimistamente, pero vivieron de décadas totalmente diferentes a las que se presumían.

Aún guardo por ahí el álbum The Wall, el muro y su hermosa música. Los cantantes ya son algo viejitos, uno de ellos sigue siendo portavoz de la libertad, de lo alternativo, pero lo recuerdo con la nostalgia, porque allí, el álbum famoso mundialmente –de discos, todavía, que se usaban de aquel entonces– lo que nos hablaba era de la posibilidad de la libertad del optimismo y no fue así.

Ahora cerramos el ciclo. Ahora hay un final de los tiempos, un final del tiempo del neoliberalismo y ahora es –no usamos mucho la palabra en Colombia ni en América Latina, porque tenemos otras coordenadas políticas un tanto diferentes al occidente de Europa–, pero ahora es una oportunidad de la izquierda si quisiera cambiar.

Y aquí en esto que es el centro hoy, muy moderno, postmoderno del Partido Obrero Social Demócrata Alemán, que es parte del corazón más íntimo de la izquierda contemporánea, desde finales del siglo XIX, conocemos la historia, de aquí surgió prácticamente todo lo que se puede denominar como una revolución en el siglo XX en el intento de hacerla, soy hijo de eso.

También quise hacer una revolución armada en Colombia como parte del movimiento 19 de Abril que tenía una fuerte amistad con muchos de los líderes socialdemócratas alemanes del entonces, pero cambiaba hacia un conservatismo aquel momento, nos volvieron conservadores, indudablemente, y sobre todo en Europa, se perdieron las perspectivas del cambio, de una alternativa.

Escuchaba a Felipe González decir, la globalización es un dato y punto. ¿Hoy podríamos decir lo mismo? Ya no. Ya, indudablemente, hasta derechas e izquierdas, derechas republicanas racionales, porque ya hay una derecha irracional que crece como en 1933, pero a nivel global, ya no a nivel local, que es más grave. 

ya no podemos decir que vamos a continuar con el estado de cosas como están. El estado de cosas como están lleva a la extinción, punto. Si no nos movemos se extinguió la especie humana, después de extinguir la mayor parte, y quizás, de todas las especies vivas del planeta.

Eso no lo dice la ciencia, no lo dice la política, no lo dice la economía, la economía que debería responder por lo que muchos de sus corrientes de pensamiento crearon el libre mercado, la tesis de (Léon) Walras, suizo, que al final de su teorema termina concluyendo con una matámática muy elegante sobre la base del cálculo diferencial que estudiamos los estudiantes de economía de hace unas décadas, ya la crítica a ese modelo no se estudia.

Decía que, simplemente, se le llama la teoría del bienestar si el mercado actuaba libremente podríamos llegar al máximo de bienestar individual y colectivo. 

Eso dijo Walras, con un modelo que los jóvenes estudiantes de economía de mi época criticábamos, pero que se dejó de criticar, porque se volvió el pensamiento dominante, transmitido por medios de comunicación, por expertos de la televisión. Creímos que ese teorema fundado en matemáticas era una ley científica.

Tanto a izquierda europea como la derecha coincidieron en lo mismo y así se nos vendió en América Latina que imitó, y entonces no, el mercado actúa libremente, hay que hacerlo, llegamos al máximo bienestar.

Así se transformaron los modelos de salud, así se transformaron los modelos pensionales, así se transformó el Estado llamado del bienestar, se fueron construyendo mercados buscando la maximización del bienestar aquí y allá. 

Las mercancías fluyeron por el mundo como nunca antes. Efectivamente, el comercio mundial creció. Alemania fue un gran beneficiario del proceso, indudablemente la China, la que más.

El mundo parecía llegar a esa prosperidad que prometía el modelo Walras y, de pronto, la enfermedad, el estancamiento, la guerra, la pobreza, la crisis civilizatoria.

Todo lo contrario, esa libertad absoluta del mercado y del capital nos trajo la posibilidad de extinguirnos, no la posibilidad de la maximización del bienestar.

El teorema era falso, no es una ley científica, no concuerda con la realidad que vivimos. 

El paradigma de la economía se ha derrumbado. Hoy lo siguen enseñando en las facultades de economía, pero están enseñando una falsedad, que la crisis climática demuestra es que, si sigue libre el mercado y el capital por el mundo, la transformación química de la atmósfera que él mismo produce, al capital, nos acaba.

¿Qué hacer? Entonces se reúnen todos los presidentes del mundo, que no es tan fácil, en las llamadas COP de Naciones Unidas y empieza un trasegar de poderes públicos, un trasegar más profundo de la ciencia, los poderes públicos ambivalentes entre lo que dice la ciencia y los intereses de la codicia del capital. Las COP tienen patrocinios, la industria petrolera, la industria carbonera. 

La ciencia avisa y el poder político se queda estancado sin saber qué hacer, porque no es capaz ni de enfrentarse al capital para la transformación, ni es capaz de obedecer el único faro racional que tenemos en el mundo contemporáneo que es la ciencia. 

Si no hacemos caso de la ciencia caemos en el irracionalismo y si caemos en el irracionalismo caemos en el fascismo, como la historia alemana demuestra, un mundo tan racional y, de pronto, totalitario. 

Estamos en un mundo así, parecido y es obvio que aquí tiene que aparecer lo nuevo. 

Lo nuevo, indudablemente, está apareciendo. Si se examina a fondo la economía política de la crisis climática, pues nos aparece una realidad a la cual tenemos que entender, pero rápidamente, porque el tiempo se agota.

Hoy el tiempo está contra nosotros, como un cronograma mortal, cada segundo es un acercamiento al final que anunciaba la Biblia, pero que hoy dice la ciencia, hoy lo dice es la ciencia. 

Y entonces, es el momento de la política, es el momento del hacer, ese cambio va diciendo, efectivamente, que la crisis climática no se puede superar por el capital mismo. 

Ha aparecido la corriente, lo veo con los empresarios que hablo –poderosos unos, menos importantes otros– tratando de mover lo que llaman la transición energética, la descarbonización de la economía. 

Pero un empresario, por muy poderoso que sea, tiene un límite y es la rentabilidad, la ganancia, la ley del capital, descubierta por un alemán que cambió el mundo.

Pues esa ley no ha sido controvertida. Claro el alemán ha sido desprestigiado y olvidado, pero la ley no ha sido controvertida, como sí su crítico Walras y su teorema del bienestar a partir del libre mercado.

La ganancia implica que solo se harán proyectos de transformación y de transición hasta que haya rentabilidad. 

¿Es suficiente para salvar a la humanidad? Si uno va a Davos o va a las COP, lee el discurso oficial tranzado entre estados, poderes políticos y económicos, incluido, el interés petrolero, pues no encuentra más sino retórica.

De los cien mil millones prometidos en la COP de París, no ha llegado un dólar, ni uno, y ya es tarde, prácticamente. Europa se preocupó más de la guerra que del cumplimiento de la COP de París. 

La guerra, obviamente, tiene un problema, pero la guerra es fruto del gas y del consumo del gas de Europa Occidental. 

Es decir, tiene un origen en el problema de la crisis climática que no se ha querido resolver

No se puede resolver mientras creamos en la inercia de la época neoliberal o neoconservadora que el mercado puede, efectivamente, solucionar el problema que produjo y nos llevará a un estado de bienestar. No. Nos lleva a la muerte.

 

 

​Y no porque haya que superar el mercado. Ya no es el dilema de Lenin ni de Rosa Luxemburgo. Pensar que por decreto se puede acabar el mercado. Se demostró que no. Había un planteamiento equivocado allí a principios del siglo XX. No.

Pero hay un límite del mercado. El mercado, por sí mismo, le hace el capital, sólo hará los proyectos rentables, los no rentables no.

Y resulta que la mayor parte de la energía que hay que utilizar política, económica, social para resolver la crisis climática, que es imprescindible resolverla, no tiene que ver con las rentabilidades. 

Yo puedo venir aquí y hablar mañana con el Presidente y el Canciller alemán, de hecho, lo voy a hacer. Con los empresarios esta mañana, allá, en lo que llamamos (en Colombia) la ANDI (Asociación Nacional de Industriales y Empresarios) alemana, la Federación de Empresarios Alemanes. Y claro, siempre el problema será, sí, claro, al país podemos llegar, sí, podemos ir a donde más efectividad puede tener la producción de energía limpia, 

Pero ¿es suficiente? Y la respuesta es no, y mil veces no. Aquí es necesario unos cambios fundamentales. 

Alguien, un sueco, Andreas Malm decía, se necesita una revolución, pero no tenemos ya ni tiempo para hacerla. Además, porque tenía que ser global, sino pudimos en un país, mucho menos en todos. No. 

Ahora hay que ser pragmáticos, como se decía en mil 1991, pero en un sentido diferente, que el capital haga hasta donde pueda. Es indudable que el capital tiene que sufrir transformaciones. 

Si creemos que el capital fósil, como como es el nuevo concepto que habría que utilizar, no se va a defender para permanecer sabiendo que esa permanencia significa la muerte. El homnicidio. Pues claro que se va a defender. 

Claro que habrá ramas del capital, que llaman ahora verde, que querrá hacer el sustituto, pero resulta que no le alcanza, porque el mismo capital verde está asignado por la misma ley del capital fósil ¿No? Se invierte hasta donde no haya rentabilidad. 

Y la rentabilidad en la descarbonización de la economía es parcial y al ser parcial no cubre la eliminación del flujo que sale de la chimenea de la industria mundial hacia la atmósfera. Solo una parte, y una parte no nos sirve, porque la manilla del reloj sigue girando en nuestra contra. El tiempo se puso en nuestra contra.

Luego hay que hacer otras cosas adicionales. Tenemos que hacer unas transformaciones que el capital y el mercado ya no pueden hacer, son incapaces. 

Y aquí donde está el planteamiento del cambio y la posibilidad de una razón de ser de algo se llame izquierda, que yo prefiero llamar progresismo, porque en América Latina los indígenas no son de izquierda, ni siquiera le aparece en la cabeza ese concepto, pero sí están con el progresismo moderno, contemporáneo del siglo XXI.

¿Qué hacer? Por ejemplo, si uno piensa que hay un límite para el capital en la solución de la crisis climática, entonces reaparece un concepto desvalorizado que hay que valorizar, político, el poder público, el Estado, la planificación humana, no la planificación de las cosas, la fetichización, llamaba del alemán, que es el mercado simplemente, sino la capacidad racional.

La transición energética implica una planificación mundial multilateral. Claro, de esto no ha vivido la humanidad. Tenemos balbuceos, pero se nos vuelve fundamental hoy. 

Lo multilateral, que es el encuentro de la diversidad humana para resolver su principal crisis, pero con capacidad vinculante.

Hoy por hoy, una COP es una serie de discursos, buenas propuestas que no se hacen. En cambio, una reunión de la Organización Mundial de Comercio (OMC) tiene capacidad.

Desvíese de una norma de la OMC y ya tienes un juicio y te cobran una plata, un dinero. Y es abultado para un país del tercer mundo, si se incumple un contrato, si se exporta de una manera no está concedida en la Organización Mundial de Comercio. 

En la Organización Mundial de Comercio no está la COP. Nadie ha cuidado de vincular la Organización Mundial del Comercio a las decisiones de la COP, que son políticas. 

En la Organización Mundial de Comercio está la técnica que no es técnica, que es otra política, la que nació con el derrumbe en muro de Berlín, indudablemente. 

Y allí, entonces, La Organización Mundial del Comercio tiene poder vinculante y la COP es retórica. La vida está perdiendo.

¿Cómo transformar la organización mundial del comercio? Si la Organización Mundial del Comercio generara las normas por medio de las cuales las mercancías que circularían en el mundo, en el gran comercio global, serían medidas, no simplemente por precios, monetarios, sino por huella carbono, la geoeconomía cambia radicalmente.

¿Dónde es, entonces, más barato desde el punto de vista de la huella carbono producir? ¿En China? A ver, ¿el gran fogón de China? Que es el fogón de la humanidad, mirado como cambio químico de la atmosfera. 

¿En Estados Unidos? El segundo país con más flujo de CO2 ¿En la Unión Europea, toda junta que, a pesar de su esfuerzo, toda junta es el tercero? O ¿en América del Sur? Que tiene la más baja huella de carbono en su producción. 

¿No cambiaría la geopolítica? ¿No es aquí donde se anuncia lo nuevo si fuéramos coherentes con la existencia humana? 

¿Qué papel tendría Colombia entonces en el mundo? Hablando de mi propio país, que gobierno.

No es dable, entonces, pensar en qué la unidad latinoamericana de la que tanto se habla, suramericana si se quiere, la política colombiana, le interesaría más las posibilidades nuevas que trae la crisis climática que anclarnos en el viejo mundo que nos ha conducido a momentos de pobreza, el petróleo, el carbón y el gas. 

¿El progresismo latinoamericano no tendría aquí unas banderas espectaculares para guiar a sus sociedades y al continente hacia las posibilidades vitales de la humanidad?

¿La izquierda latinoamericana no tendría algo qué decir al mundo? Que el viejo discurso nostálgico, quizás, amarrado, quizá a conservadurismos.

¿Qué pasaría con la izquierda europea? Todavía conservadora, todavía sin saber qué hacer mientras el fascismo avanza a una masa crítica, porque nunca fue mayoría.

En Alemania nunca fue mayoría, en Italia nunca fue mayoría, no ganó las elecciones realmente, llegaba al 30 o 33 por ciento, pero la fuerza se impuso o la izquierda se dividía porque no sabía qué hacer.

Hoy también tenemos una izquierda europea que no sabe exactamente qué hacer y el fascismo sí está avanzando. 

Lo vi en las calles de Madrid. Lo vi organizarse contra mí por latinoamericano, por piel café con leche por de izquierda, ayudado, obviamente de la extrema derecha colombiana que es sanguinaria, que ha hecho un genocidio en Colombia.

Pero igual, yo lo vi en las calles organizarse. No escuchar, salirse del parlamento irracional. Ni la derecha española le siguió el ejemplo. Pero es la realidad de que va avanzando y que, si las circunstancias electorales no son tan propicias, se vuelve determinante y así fue 1933. Le entregan el poder. 

El capital entrega el poder por miedo, porque crece sobre la base de los miedos, que la crisis climática implica que dejemos de consumir. Pero si llevamos cuatro décadas consumiendo como ninguna otra generación de la humanidad.

¿Cómo vamos a dejar eso? Claro que crece un miedo. La costumbre, ya vuelta generaciones de los últimos 40 años, de mirar por las calles las más grandes marcas y sentirse libre, porque se tiene la libertad de comprar y reducir la libertad a ese concepto de poder comprar lo que quiera hasta donde el dinero alcance.

Libertad que, obviamente, no tienen los pobres de América Latina que se restringe exclusivamente al nivel de ingresos, como si la libertad pudiera restringirse al ingreso y no fuera, precisamente, la gran bandera por la cual todo ser humano, desde que apareció la humanidad, lucha. 

Autonomía, más poder, más capacidad, más búsqueda, más exploración. Explorar más allá, que es lo que lleva la libertad al ser humano. Ir más allá siempre. 

Quizás, el virus debería ser el virus de la vida y el ser humano, quizás, tuviese la misión de expandirlo por el universo. Pero es la humanidad con la vida, no es la humanidad con la muerte. 

La izquierda, por tanto, sí tiene un camino de mostrar las cosas nuevas, de mostrar los límites del capital para resolver el proceso de la crisis climática, de su superación, de superar el principal problema de la humanidad partir, no solo del capital, sino de la interacción de poderes públicos a escala multilateral.

Hoy África es importante. Tiene la selva en el Congo, tiene los desiertos del Sahara llenos de sol. Hoy América del Sur es importante, tiene el agua, el viento y el sol junto a los puertos. 

El hidrógeno verde del que vengo a hablar mañana, como un tema concreto, es agua, sol y viento juntos. 

Resulta que eso no está en buena parte del planeta. Puede haber lo uno, puede haber lo otro, puede no haber ninguno y nosotros tenemos esa conjunción de agua, sol y viento al mismo tiempo y en el mismo lugar, lo cual, nos haces poderosos, desde el punto de vista de lo nuevo y de una transición. 

Claro que sobre eso se puede crear una política y una geopolítica. Para nosotros es importante, pero para Europa también. Y para la humanidad también. Luego, aquí hay uno de los grandes temas que me parece que debemos abordar.

Ahora, si el capital privado, con todo el poder que ha demostrado en las últimas décadas de transformación –había un filósofo, un crítico literario, (Marshall) Berman, con un libro, llegó a ser casi a ser un Bestseller: Todos los sólidos se desvanecen en el aire–, que Berlín lo demuestra, su propia arquitectura volátil demuestra que todos los sólidos se desvanecen en el aire, se puede hacer y rehacer. 

No queda mucho del mundo soviético en Berlín. Se borró todo por demostrar que el capital es más poderoso. Así de simple. Pero bien, es el flujo de la historia, esa es la realidad. Ahora, esto es

O se necesitan nuevas transformaciones e indudablemente el pueblo alemán sabe que se necesitan nuevas transformaciones. 

La principal exportación de Colombia a Alemania, que creció como por 20 por ciento el año pasado, es carbón. Es decir, el veneno. 

Alemania le compra a Colombia, por desesperación, veneno. Y lo usa aquí y de ahí sale, sabemos, al cambio de la química de la atmosfera.

¿Por qué no es hidrógeno verde? ¿Por qué no producimos allá con baja huella de carbón? 

¿Por qué no hacemos una sociedad en vez de una dominación, como ha sido tradicional en los cinco siglos pasados? 

América Latina puede hacer una sociedad con Europa. Claro, estos son planteamientos nuevos. 

¿Por qué no modificamos la arquitectura del sistema financiero mundial multilateral? Que obedece a poderes públicos formalmente y, en realidad, a poderes privados hoy.

El FMI, el gobierno alemán tiene incidencia allí, importante; Estados Unidos, la más, el G7, prácticamente la dominancia del FMI. Nosotros escuchamos y somos parte.

Pero el FMI dio un ejemplo, una experiencia importante en los tiempos del covid. Emitió dinero, llamado Derechos Especiales de Giro. No se llamaba dólares ni euros. DEG. 

Los emitió a todos los países, unos más, otros menos, de acuerdo a sus normas, y emitió para que no se detuviera o para que se conservara el capital que estaba paralizado por el covid. Y así fue. Hay un ejemplo.

¿Por qué eso mismo, cambiando ciertas normas, no muchas, no se hace en mayor escala para reducir la deuda de todos los países, para que el espacio financiero que se libera se invierta en la adaptación y mitigación al cambio climático?

Si ya el ejemplo se dio y se puede hacer. Solo que aquí en una mayor escala nos daría una especie de Plan Marshall, pero con un eje central en los poderes públicos y los Estados del mundo para planificar –oigan esa palabra tan olvidada– la transición energética y la descarbonización de la economía.

Sería el primer gran salto adelante, el primero, real, que la humanidad podría dar para defenderse a sí misma en su existencia, tratando de contener el chorro de emisión de gases hacia la atmósfera que, en algo importante lo reduciría y, por tanto, aprenderíamos, en el poco tiempo que nos queda, a realizarlo.

El cambio de arquitectura del sistema financiero, que es una bandera, nos sirve a todos en este momento. Tiene que ver es con la vida, no con cómo respetar la tasa de interés. Tiene que ver con una existencia que tenemos que defender. 

¿Por qué si Alemania está gobernada por la izquierda no da un paso? Hablé con Biden, este fue el tema de mi conversación en Washington, hace un mes, dos meses.

Biden dijo:

—Pero es que eso yo ya lo había propuesto— dijo así— en tiempos de mi juventud.

Biden debe haber sido un muchacho en esa época, de esos aguerridos tirapiedras, decimos nosotros.

De hecho, lo demostró. Él tiene una serie de hechos en su existencia que demuestran que ha sido un progresista. Pero hoy es el Presidente de la mayor potencia, cuestionada por el poder de China. 

Haría más Biden, como líder mundial, dirigiendo esta operación con la cual está de acuerdo. Se volvería líder de la juventud del mundo, desde su edad. Se volvería un referente mundial de los pueblos pobres si acogiese eso que él ya defiende y que él acepta defender ahora, por lo menos en lo que me habló.

No estamos hablando de cualquiera. En lugar de liderar una guerra. No sería igual el Biden liderando la transformación de la deuda pública de todos los países del mundo, al interior del FMI, para invertir en el gran salto de la humanidad en contra de la crisis climática, que simplemente viendo cómo los eslavos se matan entre sí.

Sería otro líder. Y yo creo que habría aquí otra Europa si diéramos ese paso. Y creo que habría otra izquierda, porque es a nosotros a los que nos corresponde tirar el caballo –no lo va a hacer la derecha, lo ha demostrado–, al lado de la ciencia como siempre se pensó el progresismo, desde los tiempos de la Revolución Francesa, y antes. 

¿Es que no dijimos: la diosa razón? ¿No se esgrimieron la libertad, la igualdad y la fraternidad en la Europa? 

¿No llegaron esas ideas a América Latina, casi instantáneamente, sin que existiera el internet? 

¿No cruzó por los dirigentes, en ese entonces, de los Estados Unidos, la información?

¿No dijimos, a partir de ese entonces, quienes nos consideramos progresistas, que es la política aliada a la ciencia? ¿No lo dijimos? 

Es decir, la razón guiando la decisión política, eso que llamamos racionalidad, que nació aquí, en Grecia, realmente.

Eso que llamamos la razón ¿no es la esencia de lo que han sido los movimientos progresistas en los últimos siglos? 

Pues la ciencia nos marca un camino y pareciera que la izquierda no quisiera prestarle atención. Luego, desdice de sí misma, porque la razón de la izquierda es la razón científica. Puede sonar un poco sólido, pero la razón de la izquierda es la razón científica. Si se equivoca la ciencia, que lo hace, se equivoca la izquierda. Pero, en general, el faro de la humanidad es el saber, es la ciencia.

Y hoy la ciencia nos está marcando un derrotero, pues esta transformación del mundo financiero, que, claro, no gira alrededor del capital financiero sino alrededor del interés de la vida, se vuelve imprescindible, si queremos seguir en este planeta, si queremos que nuestros hijos vivan mejor que nosotros.

Porque lo que dice la crisis climática es todo lo contrario del paradigma del progreso, que se volvió paradigma de la humanidad. 

La flecha ascendente ya no es ascendente, va para abajo. Así, nuestros hijos vivirán peores que nosotros y nuestros nietos vivirán el drama de la extinción. Lo verán, serán testigos de algo inimaginable. Ni la mejor película de ciencia ficción lo puede representar ¿Llevamos a nuestros nietos hacia allá, o somos capaces de cambiar el mundo?

A mí me quieren tumbar del gobierno porque digo estas cosas, soy un verdadero outsider en América Latina, pero yo creo que es importantísimo que lo podamos hacer, que la izquierda de nuevo piense cambiar el mundo.

No hay necesidad de, por decreto, acabar con el capital. El capital se está autoeliminando. La crisis climática es la demostración. 

Lo único que hay que hacer es poner lo nuevo a funcionar, planificar, integrar poderes públicos, racionalizar la acción humana en el planeta para poder vivir en el planeta y dejar que lo diferente a nosotros, los seres humanos, siga viviendo en el planeta.

Y, a partir de ahí, vivir mejor. El ‘mejor vivir’, que dicen en América Latina. Los planes de vida, dicen los indígenas, los planes de vida, el mejor vivir. No es como lo que surgió en el mundo con el derribo del Muro de Berlín. Es otro.

Tampoco era lo que había con el Muro de Berlín, indudablemente, el totalitarismo, la falta de libertad, no. 

Es otra cosa diferente. Es una manera de sentir diferente. Es poner el progreso en función de la sensación de la existencia, de la sensibilidad, en vez de acumular cosas que nos están matando.

Es otra perspectiva, indudablemente. Quizás, una humanidad más vieja, indudablemente, que será, por tanto, más sabia, más frugal, indudablemente. Es decir, más sabia. Sabia y frugal y más vieja, quizá, sea la humanidad dentro de 30 o 40 años, con la capacidad de sostener la vida y quizá llevar la vida más allá. ¿Por qué no? 

El virus de la vida, en vez del virus de la muerte. Quizás, somos los portadores de eso y esa es nuestra misión, pero hoy por hoy es nuestro planeta el que tenemos que cuidar y está en el cambio. 

La palabra cambio se vuelve fundamental, no como consigna electoral simplemente, que casi todos lo usan. Hoy hay que cambiar, si queremos vivir. Cambio y vida se vuelven sinónimos. 

¿A quién más le puede interesar que la realidad a la que llegamos, al juntar la palabra cambio y la palabra vida, casi como sinónimos, a quién más le puede interesar que a quienes hemos luchado toda la vida por el cambio, por la transformación, a quién más que a la izquierda?

Izquierdas latinoamericanas, que no nos llamamos así, izquierdas europeas, que les gusta llamarse así, porque eso viene del parlamento, la gran asamblea francesa, entonces son términos europeos: derecha-izquierda, girondinos y jacobinos. 

Los latinoamericanos somos un poco más fluidos en eso. Algún día hablaremos de esas diferencias.

Pero indudablemente es el momento del cambio, porque es el momento de la vida, y nos tocó a nosotros, no a nuestros hijos; es a esta generación presente, a estas organizaciones políticas, a estas organizaciones sociales, a ver si podemos construir el gran tejido humano a escala global que nos permita la transformación del mundo en 10 años, porque no tenemos más tiempo. 

Una década. Los 10 días que estremecieron el mundo, escribía el periodista norteamericano allá en 1917, en la Rusia. Ahora son los 10 años que pueden establecer al mundo, porque, ni más ni menos, hoy no es cómo se derriba un régimen y se reemplaza por otro, sino cómo se salva la vida del planeta Tierra. 

Esa es nuestra función, hoy, política y humana. 

Gracias por haberme escuchado y muy amables.

(Fin/cb/for/gbf/mg/fca/gaj)