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Discurso

Palabras del Presidente Gustavo Petro en la ceremonia de presentación y reconocimiento de tropas y de la nueva cúpula militar al nuevo Ministro de Defensa

Foto: Presidencia de la República

Presidente Gustavo Petro con la Cúpula Militar y el ministro de Defensa, Iván Velásquez en la Escuela Militar de Cadetes

​Bogotá, 20 de agosto de 2022.

Los invito a una reflexión. El significado que tuvo el 19 de junio, día de elecciones pasado, analícese de diferentes maneras, tanto por la ciudadanía que votó por el actual Presidente de Colombia, como por la que no votó, tiene quizás un mensaje común, al cual hay que prestar el debido cuidado, sacar las debidas consecuencias.

La población de Colombia, mayoritariamente, votó por un cambio de rumbo, de alguna manera a través de sus vivencias diarias, cotidianas del duro existir para la mayoría de regiones, recónditas para los habitantes de la ciudad de Bogotá, muchas veces regiones excluidas desde hace, incluso, siglos.

Desde allá, desde una juventud primera, que quisiera ilusionada tener otro tipo de país del que observa, del que vive. De las poblaciones indígenas, de las poblaciones negras, de las mujeres de Colombia, de la clase media en estas grandes ciudades.

De sectores, incluso, privilegiados por la economía, sabedores ellos, que no podían sostener, incluso, esa misma economía si las cosas seguían como estaban.

Brotó un deseo que se volvió mayoría de cambio. Cambiar el país, difícil tarea, conservar lo que es positivo, lo que representan nuestras tradiciones, la raíz, los ancestros, como dicen los indígenas. Conservar la fuente misma de la nacionalidad y potenciarla hacia adelante a través de las transformaciones de las cosas que no son positivas para el país.

Indudablemente, delante de las Fuerzas Militares de Colombia, si algo no es positivo para el país es matarnos los unos a los otros en una guerra fratricida que lleva décadas.

Si hiciéramos lectura de la historia, quizás tendríamos que decir que lleva siglos. Lo que yo llamaba una violencia permanente, una guerra perpetua.

Prácticamente ninguna nación del mundo tiene esa experiencia, muchas han pasado por conflictos terribles, masacres enteras, genocidios, carnicerías en las batallas, como en la Primera Guerra Mundial allá en Europa o como los habitantes que sufrieron la bomba atómica allá en Hiroshima, como los judíos, las personas de religión judía que tuvieron que sufrir en los campos de concentración el genocidio.

Hemos visto naciones deshacerse ellas mismas, casi que se autodestruyen los Estados Unidos en una guerra civil de sucesión allá a mediados del siglo XIX, y hemos visto grandes imperios desaparecer, como la Unión Soviética, por ejemplo, que hoy no existe y existía hace apenas unas cuantas décadas.

Pero ninguna de esas experiencias históricas nos muestra un país que viva permanentemente en la guerra.  De alguna manera han superado sus conflictos, a veces por la victoria militar, como en la Segunda Guerra Mundial, a veces por pactos y tratados, a veces se han metido en guerras frías donde no se disparan, a veces se han construido como nación cuando más poderosas son, como los mismos Estados Unidos de Norteamérica o la China, que hoy se disputan el poder mundial.

Ninguna de esas naciones encuentra una línea histórica, un sendero como el de Colombia que va de guerra en guerra, de guerra civil en guerra civil, de conflicto armado en conflicto armado, sin encontrar el momento de una solución definitiva, en donde, como la mayoría de las naciones, podamos vivir en paz.

Cambio para construir la paz

Cambio significa cambiar eso, miren el tamaño del reto. Cambio significa entonces, salir de esa violencia perpetua y construir la paz.

Esfuerzos ha hecho el país, hay que reconocerlo, hace décadas, durante diversas ocasiones, momentos estelares, en donde hemos creído que se alcanza, como se alcanza una estrella, la posibilidad de una paz permanente y definitiva en Colombia.

Pero al poco de construir esas ilusiones aparece la desilusión, aparece la realidad, aparece como el sino trágico y no podemos escaparnos. Como decía Gabriel García Márquez: “A veces pienso –decía él–, que los colombianos nos matamos simplemente por orgullo”.

Hoy nos estamos planteando ese reto, hoy como Presidente de Colombia no tendría sentido serlo ¿para qué? Si no fuera para tratar de obtener los pilares fundamentales de una paz que se vuelva definitiva en el futuro. Esa es la gracia de haber sido o de ser en este momento Presidente.

Condenar a Colombia a la guerra, a la violencia no merece la pena una medalla, no merece la pena ser mencionado en papeles de los libros de historia, en palabras, ni por las generaciones futuras, porque eso no se merece una sociedad, un país.

Pasaremos, indudablemente, a la historia no solo yo, sino todas las personas de esta generación, de este momento de Colombia, pasarán a la historia todas y todos ustedes, soldados o generales si construimos la paz. Es un momento de la historia, podemos asumirla o no.

Claro que hay momentos en donde la paz no es posible, quizás a eso se enfrentó Bolívar, quizás como guerrero, como todos conocemos, fue el mejor, quizás fue acumulando victoria y victoria, batalla tras batalla, conociendo a sus hombres y a las mujeres que había en ese Ejército Libertador, campesinos, la mayoría; indígenas, negros la mayoría; llaneros del pueblo, la mayoría, quizás se sintió guerrero, pero desde las alturas, de lo que él llamaba la gloria, descubrió una inmensa soledad, una tristeza y era que no se trataba de ganar simplemente las batallas, se trataba de construir una nación.

Una nación que después de derrotar a su enemigo, que lo oprimía, que la impedía, quería desarrollarse como tal, florecer como florecen los y las adolescentes, florecer como la flor de donde viene la palabra, desde adentro, desde sus entrañas, desde sus ancestros, desde su raíz para hacer una nación en el universo y allí Bolívar fue comprendiendo, quizás, que el mayor triunfo no era su última batalla militar, sino que el mayor triunfo era precisamente la construcción de una nación pacífica y en ese sueño y en esa tristeza, quizás de no alcanzarla, murió.

Pues nosotros estamos en ese momento. Batallas ha habido en este país por doquier, los informes de la Comisión Nacional de la Verdad nos presentan cifras dantescas de una violencia que casi nadie cree en el mundo que puede existir en Colombia, depende de qué fecha comencemos: si del 48, del 53, si del 57 o del 64, las cifras de muertos en esta sociedad pasan de centenares de miles.

Centenares de miles que si hubieran estado vivos, si hubieran tenido sus hijos y sus hijas y sus nietos, quizás hoy en este momento, de allí cuánta gente hubiera salido para servirle a Colombia para construir la nación, para inventar, para descubrir como científicos, para curar como médicos y médicas, para hacer poesía y literatura como artistas, para hacer quizás genios en el mundo, quizás ahí murieron nobles de Colombia, quizás ahí murieron los mejores ingenieros, quizás no pudieron ser los y las mejores colombianas, porque simplemente pereció su padre y no pudo procrearlo o pereció su abuelo y no pudo procrear su posible padre, porque murió una parte de la sociedad.

Y cuando las sociedades pierden una inmensa parte en manos de sus propias manos, no son sociedades victoriosas, son sociedades que se autodestruyen, son sociedades derrotadas, de alguna manera, nos hemos derrotado a nosotros mismos.

Por eso me parece valioso, me parece que vale la pena vivir los días en que decidamos, como ordenó nuestro pueblo, cambiar a Colombia. Es una orden del pueblo, el pueblo nos manda, manda al soldado, manda al general, manda al Presidente y sus ministros.

Si este es el intento de construir una democracia de verdad, profunda, multicolor, como la llamo en mis discursos, el pueblo manda y el pueblo ha mandado un cambio. Cambiar el rumbo.

Qué nos implica como Ejército, como Armada, como Fuerza Aérea, como Policía Nacional, que ya hablamos ayer en un acto similar, ¿qué implica eso? ¿Hacia dónde ir? Porque si el cambio lo propone la sociedad, pues también implica un cambio en la concepción de nuestro accionar como Fuerzas Militares de Colombia. ¿Cuál cambio? ¿Cómo? ¿Eso en qué consiste? ¿Es un cambio simple de generales? ¿Un ciclo que se va, otro que viene? No creo yo.

Durante cada tiempo habrá cambios de generales, cambio de mandos, ascensos, algunos saldrán de su carrera militar por otras razones, pero en realidad no se trata simplemente de cambiar un general por otro, un nombre por otro, o un ascenso por otro, un ciclo de la vida por otro para esa persona.

Durante cada tiempo habrá cambios de generales, cambio de mandos, ascensos, algunos saldrán de su carrera militar por otras razones, pero en realidad no se trata simplemente de cambiar un general por otro, un nombre por otro, o un ascenso por otro, un ciclo de la vida por otro para esa persona.

No, se trata de cambiar la concepción misma, la existencia misma. Lo que se demanda, por parte del pueblo de Colombia, si nos atenemos al resultado del 19 de junio, es un Ejército que empiece a prepararse para la paz, que termine, ojalá si lo logramos, como un ejército de paz.

¿Y ¿cómo son los ejércitos de paz? ¿cómo son las fuerzas militares en la mayoría de las naciones?, porque la mayoría de las naciones no viven este tipo de guerras, como las vivimos nosotros. ¿Cómo es la existencia de un cuerpo armado que la Constitución designa como Fuerzas Militares en una sociedad en paz?

Yo creo que de esto debemos empezar a hablar, no solamente de ¿cómo nos preparamos para la guerra, que hay que hacerlo?, sino también de ¿cómo nos preparamos para la paz?

Soberanía y crimen multinacional

En la Constitución de Colombia dice que la función esencial de las Fuerzas Militares de Colombia es defender la soberanía nacional, esa es su función. Y diríamos que en tiempos de paz sigue siéndola.

La defensa de la soberanía nacional, de la tierra, del mar, del aire, incluso, más allá del aire, que la Constitución dice es el territorio de Colombia, de su población, porque al final, entre el aire, la tierra y el mar, lo que vive es la gente, el ser humano, su existencia, su equilibrio con la naturaleza.

Las Fuerzas Militares, entonces, continúan en tiempos de paz cumpliendo una función constitucional: Defender la soberanía nacional.

¿Qué puede afectar nuestra soberanía? Hay que investigarlo y hay que prevenirlo, la función de prevención es fundamental.

Yo diría que puede afectar nuestra soberanía nacional el empoderamiento de carteles extranjeros de la droga, que cada vez dominan más nuestro territorio, cambio que ha sucedido en los últimos años, que no era así hace 20 ni 30 ni 40, pero que hoy existe como una realidad, una nueva transformación del crimen a una escala que no nos imaginábamos.

Decía ayer, si queremos pintar en un mapa de América las ciudades más violentas, algunas colombianas, encontramos indudablemente un mapa internacional americano de rutas del narcotráfico que ya no se jalonan desde Colombia, sino que se jalonan desde el extranjero en muchos casos.

Nos toca integrar, entonces, acciones multinacionales a estas alturas de este proceso, para poder determinar cómo podemos bajar esas tasas de homicidios, es decir, esa violencia.

Quizás, ya no podemos bajar la violencia en Colombia sin bajar la violencia de Guatemala o de Haití o de Honduras o de México o de Baltimore o de Nueva Orleans, porque todas esas ciudades van haciendo parte de una escalada, de una ruta, de una nueva realidad del crimen que es el crimen multinacional.

Ese crimen multinacional puede traer aquí armas poderosas, quizás, más poderosas que las que podemos comprar muchas veces.

Ese crimen internacional puede reclutar, aquí, personas, puede traer mercenarios extranjeros y volverlos parte de la violencia colombiana.

Ese crimen internacional puede dominar territorios en Colombia, quitarnos mares, quitarnos ensenadas, quitarnos playas, usar golfos sin nuestro permiso y sin el permiso del pueblo; usar nuestro mar, usar nuestro aire, es decir, destruir nuestra soberanía nacional.

¿Cómo quitamos ese riesgo de la historia y del futuro de Colombia?

Es una tarea que tiene que continuar indudablemente si pasamos de estas violencias hacia un país en paz, porque el país tiene que defenderse de ese tipo de crimen multinacional, saberlo entender y saberlo desactivar antes de que cause un inmenso daño en el corazón de la patria, en la democracia.

Crisis climática

Y qué decir de la crisis climática. Decía en algún foro, en algún consejo de seguridad allá en Leticia, hace dos días, creo: Bueno y si se acaba la selva amazónica qué pasa con Colombia, si ese proceso que vemos de quema permanente, diaria, cotidiana de personas queriendo tener tierra ilusoriamente, quemando miles y miles de hectáreas al día, se propaga, se mantiene y ya no perdemos 100.000 ni 200.000, sino que vamos acumulando millones y la selva amazónica tiene 39 millones de hectáreas, la nuestra, qué pasa con nuestro país.

Si lo estudiamos bien, si le ponemos atención a la ciencia, nuestro país se queda sin agua, porque es la selva la que produce, a través de la copa de sus árboles, el vapor que las corrientes, los vientos, forjan como ríos aéreos, así los llaman, trayéndolos hacia los páramos de nuestras cordilleras y allí se convierte en el líquido que configura el Amazonas y el Cauca y el río Meta y el Magdalena y los principales ríos de nuestra patria, quizás todos.

Si se quema la selva amazónica no hay agua en Colombia, y si no hay agua en Colombia nos pasa lo que sucede en Centroamérica, nuestro pueblo se va hacia el norte en éxodo, no solo ya por las circunstancias de la violencia actual, sino porque no hay agua y en el norte habría agua.

Por eso es que pasa tanta gente por el ‘Tapón del Darién’, por eso es que se observan esos éxodos, esas marejadas humanas en Centroamérica.

¿No se destruiría, entonces, la soberanía nacional si nuestro pueblo se va? ¿No se convierte, entonces, en un asunto de seguridad nacional el cuidar, desde ya, la selva amazónica y lograr que su frontera vuelva a ser su frontera natural?

Y así podríamos hablar de muchos otros temas en donde hay un papel qué cumplir en función de la soberanía nacional.

Yo iría hacia otros temas, también. Prepararnos para la paz implica no caer en ingenuidades. A veces se hace poesía de la paz, y bienvenida sea, pero todos sabemos las circunstancias que causan la violencia en Colombia.

Todos sabemos que mientras se mantenga una política equivocada contra las drogas, seguirán los colombianos matándose entre sí.

Todos sabemos que tenemos que presionar cambios mundiales en la concepción; volverlos más eficaces para detener ese que es un problema fundamental en todas las sociedades humanas.

Todas las sociedades humanas más ricas se han vuelto consumidoras de drogas, al punto, que se están matando más entre ellas que entre nosotros a los cuales nos asignan el papel de productores.

Por lo cual, si el balance es muerte aquí y muerte allá, entonces para qué mantener un fracaso.

Tenemos que estudiar las vías y ser eficaces en cambiar esos rumbos que son rumbos que se cambian a escala mundial. Por eso, que las Fuerzas Militares desarrollen centros de pensamiento, de investigación, de tanques, como llaman en Norteamérica, para conocer a profundidad lo que pasa al mundo sin prejuicios, sin ideologías previas, sin doctrinas, porque la ciencia no se mueve con doctrinas, se mueve es con investigación, con saberes plurales que tienen que ser o tienen que establecerse al interior de las Fuerzas Militares de Colombia.

Lo cual nos lleva a otros derroteros dentro de una Fuerza Militar de paz. ¿Investigar?, claro.

Fuerzas Militares y la industrialización

Conocemos la experiencia de la Armada, ha logrado hacer buques, fragatas, lanchas, ha logrado mantener vivos unos astilleros, ha logrado dar un paso en la industrialización de Colombia.

Si esa experiencia la recogemos, podríamos encontrar otra función de las Fuerzas Militares, que lo ha sido en muchos países desarrollados hoy del mundo.

Pongo solo el ejemplo de Japón. Las Fuerzas Militares pueden ayudar a industrializar el país, a partir de su propia industrialización. Es a través de la industria militar como se puede jalonar una serie de iniciativas privadas, grandes, medianas, pequeñas, incluso, populares.

¿Cómo hacer un uniforme y ser un motor de la industrialización de Colombia, ser un motor de la modernización de Colombia? Eso hizo Japón antes de que entrara en guerra, cuando estaba en paz.

Yo propongo que las Fuerzas Militares de Colombia nos ayuden a industrializar a Colombia.

Y podríamos mirar las Fuerzas Militares de los Estados Unidos y encontraríamos que se inventaron el internet. El internet es un invento militar, hecho con fines militares, de defensa, pero miren lo que ha producido el internet en estas últimas décadas en toda la humanidad, prácticamente cambió el derrotero de la industrialización.

Es una investigación militar lo que provocó el cambio de los patrones tecnológicos de todo el capitalismo actual mundial, de todo el mundo.

Entonces la investigación y la industrialización pueden ser objetivos legítimos, y absolutamente fundamentales, de unas Fuerzas Militares disciplinadas que se pongan en esa tarea.

Yo los invito a hacerlo. Los invito a crear empresas.

Si tenemos una Satena área, ¿por qué no tenemos una Satena marítima?

¿Por qué no podemos llegar a todas las Antillas? ¿Por qué no podemos recorrer nuestros ríos? ¿Por qué no solo con fines militares, sino nuestra población civil pueda utilizarla como utiliza Satena?

¿Por qué Satena no puede surcar las rutas internacionales de Colombia? ¿Por qué unas empresas sí y otras no?

¿Satena me puede llevar a Corozal, Sucre, pero no me puede llevar a Miami? ¿No me puede llevar a París’ ¿No me puede llevar a Madrid?

¿Hemos deteriorado a tal punto las posibilidades empresariales de las Fuerzas Militares, quizás por ciertos intereses particulares que estamos realmente impidiendo un desarrollo empresarial que podría ser inmenso y la base de una industrialización de Colombia?

¿Podrían hacer las Fuerzas Militares cultivo de riego, caminos vecinales, puentes? Sabemos que sí. De hecho, lo hacen.

Y al hacer casas rurales y distritos de riego y puentes y caminos vecinales, ¿no podríamos construir una alianza del Ejército, si están allí esas capacidades, con el campesinado que necesita esas obras?

¿Desde cuándo acá construir la paz es un conflicto entre soldados y campesinos?

Eso no puede seguir existiendo.

Alianza con el campesino

Hay una filósofa de apellido Arendt (Hannah Arendt) –creo que era austriaca, judía, perseguida por los nazis, terminó de profesora en los Estados Unidos, muy famosa–, que escribió sobre la democracia y subrayaba siempre en sus investigaciones que la base de una nación es el campesinado.

Eso que llamamos campesinos, de hombres y mujeres labrando la tierra y cultivando alimentos bajo el sol y sobre el surco, son los que construyen naciones.

Construyeron la nación de los Estados Unidos. Construyeron la República Francesa. Al final construyeron la Rusia esa de la que hoy hablan.

Campesinos. Y construyeron la China. Y construyeron México. Y construyeron el Canadá.

Si nosotros no somos capaces de lograr una gran alianza campesina militar, una gran alianza entre el Estado y el campesinado, no logramos construir una nación.

Pues hay una enorme gama de obras, pequeñas si se miran desde el punto de vista de la ingeniería, pero profundas si se miran desde el punto de vista de la construcción de una nación que podría juntar nuestro soldado y nuestro campesino y nuestra campesina en la hermosa tarea de construir una nación.

Esa alianza que puede mirarse en la ciudad también, pero fundamentalmente allá en esas áreas donde están las Fuerzas Militares, es fundamental, si queremos La paz.

No es la firma de un ilegal armado, como posiblemente los alcancemos, lo que alcanza la paz.

Lo que alcanza la paz es la unión entre las Fuerzas Militares y su pueblo.

Que tenemos que alcanzar, porque se ha roto en muchas partes del país. Por falta de confianza, por hechos terribles. Pero que tenemos que reconstruir, como Bolívar una vez lo hizo en discusión con Santander, cuando sabía que no había otra forma de construir aquí una República, derrotando a los españoles, que con un ejército popular.

Santander aún no se atrevía a dar ese paso. Muchos de nuestros patriotas no lo dieron, porque no podían entender que un ejército es con campesinos, es con negros, negras e indígenas. Es con gente de la base popular de un país. Es esa alianza lo que permite la legitimidad de una nación.

Yo quiero conducirlos a esas posibilidades; abrazarlos como hermanos. No solo entre el Presidente, Comandante en Jefe, y el soldado, como hicimos allá en Apiay, sino entre el soldado y el pueblo. Soldado en términos genéricos.

Preparar a soldados y policías para su futuro

Y finalmente, una fuerza en la paz tendría que construir la dignidad, las posibilidades, las capacidades de la propia tropa, dentro y fuera, cuando abandone el ejercicio militar.

Precisamente hablando con un soldado, allá en Apiay, mientras comíamos, lo que nos preguntábamos –estaba el Comandante de las Fuerzas Militares allí en la mesa, en la misma mesa–, lo que surgía allí de la conversación, porque no era ninguna discusión, era y, bueno, ¿qué pasa con un soldado profesional cuando sale, deja de ser soldado? ¿A dónde va?

Él se gana 2 millones y pico, le dan un millón y pico un tiempo después del retiro. Y tiene que ir por allá a algún garaje, a algún taller de mecánica, a algún restaurante, a alguna fábrica, a ver si lo reciben.

¿Y qué le dicen?

¿Usted qué sabe hacer?

–No, yo sé manejar un fusil…

¿Y para qué le sirve al restaurante que sepa manejar un fusil, o al taller de mecánica?

Y va usted obteniendo que una buena parte de los jóvenes y las jóvenes que entran a estas instituciones, cuando salen les va quedando poca opción para la vida.

¿Qué les queda? Emplearse en una compañía de seguridad, donde el coronel además es el gerente, que también se retiró.

O, allí esa enorme oferta –esa sí con dinero– del grupo no sé qué, del grupo no sé cuándo, de todo el abecedario ofreciéndole, porque ellos sí necesitan un hombre y una mujer que sepan manejar el fusil, para matarnos como sociedad.

Eso no puede seguir sucediendo.

Hay que preparar, si estamos en el camino de la paz, ojalá, a cada soldado que entra aquí, a cada miembro de la base, de la tropa. Que pueda –patrullero, le dicen en la Policía, infantes de Marina, indudablemente–, a cualquier persona que entré hay que prepararlos para que su vida después de las Fuerzas Militares sea mejor, incluso.

Eso implica varias cosas.

Que un soldado pueda llegar a general

Propuse ayer ante la Policía, el que no haya barreras para que un soldado se vuelva general, por lo menos económicas. Mucho menos políticas.

La manera de lograrlo implica un cambio en precisamente las formas como se estudia en estas escuelas.

Si el soldado puede ingresar a la escuela sin que se le cobre por nada –porque está en una institución pública, porque este es el presupuesto nacional, porque esto lo paga el pueblo colombiano a través de sus impuestos; tanto la escuela como mi salario lo paga el pueblo–, ¿por qué le vamos a cobrar un soldado en una institución pública para que pueda ascender? Para que sea suboficial.

¿Y para qué vamos a cobrar para que un suboficial pueda ser oficial?

Mire lo que nos está pasando. Gente que no pasa por ser soldado –la mayoría–entra a la escuela de oficiales y se puede volver general.

¿Pero por qué no nos damos, en un ejército de paz, la posibilidad que todo general pase por ser soldado y, por tanto, que todo soldado que pueda, por sus méritos, llegue a ser general?

Si quitamos los costos económicos, que son barreras de entrada, dicen los economistas –así lo llaman–, si quitamos los costos económicos del equipo, de las sábanas, del uniforme que se cobra etcétera, que puede llegar a ser 20 millones –la cifra exacta no la tengo–, pues el hijo de un campesino se puede volver general, y eso se llama paz.

Entonces, invitaría a estudiar este tipo de reforma, si nos quita una diferenciación social al interior de las Fuerzas Militares en general. Pero vuelve a las Fuerzas Militares populares. Junta al pueblo, base de la democracia, base de la nación.

Y los invitaría, y estudiémoslo presupuestalmente, al menos a nivel de los soldados profesionales y habría que mirar sus equivalentes en las otras Fuerzas, que toda persona que entre con la idea de hacer carrera militar, con vocación militar, no transitoriamente –no porque tocó, sino porque quisiera quedarse aquí–, esa persona pueda lograr la educación superior con el presupuesto nacional.

El hecho de ser soldado debería garantizar la posibilidad de obtener un título profesional en todas las opciones académicas que podrían existir en la universidad pública. O volver esto universidades públicas, o las que ya existen, volverlas más amplias. O hacer todo al mismo tiempo, de tal manera que un soldado, cuando salga, profesional, por cualquier razón –porque se enfermó, porque su físico no dio, porque se aburrió y decidió salir a la sociedad– tenga las opciones para poder vivir.

No tenga que volverse mercenario de un ejército ilegal –ejército, ni siquiera; de una banda ilegal–, solo porque sabe manejar sino un fusil. No tenga que degradarse, como me tocó verlo en el Bronx; no tenga que irse por allá de mercenario a otro país; no tenga que sacrificar su propia existencia en el hambre, en la imposibilidad de sacar una familia hacia adelante, quizás, sino que tenga toda la capacidad para prosperar en la sociedad civil que allá afuera no lo está esperando, pero de la cual debe hacer parte.

Darle al interior de su carrera militar, cualquiera que sea el rango al que llegue, la opción de tener las capacidades, una vez abandone la fuerza militar, de poder vivir con dignidad.

Primero el hombre o la mujer que el fusil

Eso es dinero, presupuesto. Quizás cambie las prioridades de la inversión, y del gasto, del presupuesto nacional en las Fuerzas Militares, pero unas Fuerzas Militares en transición, o en la paz, si la alcanzamos –y ruego porque lo logremos–, tiene que tener una prioridad: Primero es el hombre y la mujer que el fusil.

De nada sirve la fragata, sin los seres humanos. Y el avión supersónico, que nos asusta a veces, no existiría en los hielos si no está el hombre o la mujer que lo maneja.

Por tanto, hay que darle la prioridad al ser humano dentro de las Fuerzas Militares.

Si logramos esa priorización, la sociedad afuera va a entender, la sociedad afuera va a imitar, las posibilidades de la solidaridad serán mayores.

El Ejército de Colombia y las Fuerzas Militares en general pueden ser la vértebra, cómo lo soñó Bolívar, con su Ejército Libertador, la vértebra, la columna central de la construcción de una República de la construcción de una nación en paz.

A eso los invito y las invito.

Creo que me he extendido un poco. Esa es mi costumbre, en este frío y el día ha sido largo. Ya se me desmayó un escolta por excederme y los generales me han acompañado durante todo el día en el país, yendo a regiones.

Porque es que toca estar en territorio. No hay otra manera de, por lo menos, entender; puede que fracasemos, pero entender el país implica poner las botas en el barro. Eso no se hace de otra manera.

Ustedes las van a poner, las han puesto. Todas las personas aquí, de las Fuerzas Militares, han metido sus botas en el barro. Yo también y quiero seguirlas metiendo.

Así que sepan que el Presidente de la República que tienen no solamente es su Comandante en Jefe, sino su hermano, decidido a llevarlos, ojalá pueda, a un país en paz.

Gracias. Muy amables.

(Fin/dlg/jrp/mpp/gbf/jdg/erv/zia/pm/for/mha/gta)

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