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Discurso

Palabras del Presidente Gustavo Petro en el desfile del 20 de julio, Fiesta por la Soberanía desde San Andrés

Foto: Yeremi Ruíz - Presidencia

En la tarima principal, el Jefe del Estado presenció el desfile militar, acompañado por su padre, Gustavo Petro Sierra; el Minis

Archipiélago de San Andrés, 20 de julio de 2023.

Le agradezco a todo el pueblo sanandresano de Providencia y de Santa Catalina su presencia aquí en San Andrés, su compañía en este evento, su alegría, indudablemente, en esta, que es el Día de la Independencia Nacional de Colombia, 20 de julio, que es un día de fiesta, indudablemente, popular en San Andrés. 

Al Ministro de Defensa Nacional, Iván Velázquez Gómez, y su esposa María Victoria.

A los altos mandos de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional.

General Hélder Fernán Giraldo Bonilla, Comandante General de las Fuerzas Militares, y su esposa María Victoria.

General Luis Mauricio Ospina Gutiérrez, Comandante del Ejército Nacional, y su esposa Lorena.

Almirante José Joaquín Amézquita García, Jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares, y su esposa Liliana.

Almirante Francisco Hernando Cubides Granados, Comandante de la Armada Nacional, y su esposa, Lucía Helena.

General Luis Carlos Córdoba Avendaño, comandante de la Fuerza Aeroespacial Colombiana –ahora se llama así, a partir de unas semanas para acá–, y su esposa Lorena.

General William René Salamanca Ramírez, Director General de la Policía Nacional, su esposa Yadira y su hijo Samuel.

Presidente del Congreso de la República, Alexander López Maya.

Presidente de la Cámara de Representantes, David Ricardo Racero Mallorca.

Gobernador del archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, Everth Julio Hawkins.

Monseñor Jaime Uriel Sanabria Arias, Obispo de San Andrés y Providencia.

Presidente de la Autoridad Raizal, Alberto Gordon May.

Saludo especial a toda la comunidad raizal del archipiélago de San Andrés, Providencia, y Santa Catalina.

Señores embajadores, jefes de misiones diplomáticas acreditadas en Colombia.

Ministras, ministros, y funcionarios del Gobierno Nacional.

Oficiales generales y de insignia de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional y sus familias, que fueron condecoradas en el día de hoy.

Oficiales, suboficiales, soldados, infantes de Marina, de las Fuerzas Militares, mandos del nivel ejecutivo y patrulleros de la Policía Nacional.

A la agrupación musical Caribbean New Style.

Medios de comunicación locales y nacionales.

A mi padre Gustavo Petro Sierra, caribeño.

Y en general, a todas y todos los asistentes. 

Indudablemente el día de hoy es un día especial. No sólo por las ritualidades que desde hace dos siglos nos acompañan, sino por el significado de una victoria relativa que ha obtenido Colombia en el escenario de la justicia internacional, la Corte Internacional de Justicia, que es un instrumento de acción judicial vinculante de la Organización de Naciones Unidas.

Seguido de algunas derrotas, también, relativas –toda victoria y toda derrota es relativa en el mundo– alrededor del concepto de territorialidad y del concepto de mar, que hace parte de la nación colombiana y que es absolutamente neurálgico en el mar Caribe. 

Eso nos trae aquí, indudablemente, a examinar en qué fallamos, en qué acertamos. Tanto de las fallas y errores se aprende, como de las certezas y de los aciertos. 

Este aprendizaje que ha tenido Colombia desde el año 2001, el primer año del siglo (XXI), tiene que permitirle a toda la sociedad colombiana en toda su diversidad política y social unas reflexiones sobre la nación colombiana, sobre todo nuestro futuro que nace, precisamente, de este presente y del pasado que hemos vivido.

Colombia antes que nada es Caribe. En medio de su diversidad se ha venido diluyendo un concepto, no solamente en Colombia, sino en casi todas las naciones de este mar hermoso que es el concepto del Caribe.

Si nos vamos hace dos siglos, para no irme más atrás a la época precolombina de las rutas marítimas de los indígenas caribes que le dieron el nombre a este mar, para no pasar por los tiempos aciagos del monopolio español del comercio y de la lucha de los poderes mundiales por destruirlo, Inglaterra, Francia, Holanda, que fue configurando el mundo del Caribe en un encuentro frontal, incluso violento, entre la Europa de aquel entonces y el mundo indígena que habitaba estas islas. 

Y después, el desarrollo de una de las mayores ignominias de la historia humana, la esclavitud, la traída forzada de pueblos de África hacia estas islas, primero, hacia La Habana, hacia Veracruz –en México– hacia nuestra ciudad de Cartagena, para ir llenando a perpetuidad –creían ellos– de cadenas, de esclavos, de esclavas, cuyos hijos, cuyos nietos, cuyos bisnietos, tenían que ser esclavos de por vida de precisamente los detentores de ese poder europeo. 

Así se fue construyendo una cultura, una cultura que aprendió unas palabras fundamentales casi antes que cualquier otro pueblo del mundo. 

Casi que en paralelo con los pueblos que iban a la vanguardia de las transformaciones mundiales en aquel entonces, los pueblos franceses, los pueblos que habitaban la Norteamérica y que al unísono hablaban de la democracia. Un concepto en ese entonces subversivo, considerado en aquel entonces por reyes y monarcas como terrorista. 

Democracia, el poder del pueblo, la soberanía popular, que como reza nuestro himno nacional, está por encima, no concibe una soberanía de monarcas, una soberanía popular de la gente del común. El común, decían allá en las tierras de Santander. 

Los primeros en hablar en estas Américas de democracia, de libertad, de república, fueron los pueblos del Caribe, fueron las democracias que se iban construyendo de manera paralela a las tiranías, fueron las cadenas de la esclavitud reventadas en Haití, en Jamaica. 

La raíz de la nación colombiana no puede olvidar estos nombres que pareciera que se diluyeran en el siglo XXI.

Acostumbrados a gobernar desde Bogotá, desde sectores muy pudientes en la ciudad, a veces olvidamos nuestra propia raíz, el origen de la nación.

Es que no seríamos nada sin Haití Caribeña. De allí salieron las armas y los primeros hombres y mujeres a construir una utopía, la que llamamos república, de allí salió Bolívar, ayudado por el general (Alexandre) Petion (revolucionario, militar y presidente de Haití).

Es que no podemos olvidar Jamaica y las cartas de Bolívar allí. No podemos olvidar que Bolívar era un caribeño venezolano y que su retaguardia, su primera proximidad, cuando tuvo una derrota relativa allá en las tierras caribeñas de Venezuela, fue precisamente ir a las islas, de isla en isla, por los barcos, tratando de transformar la derrota en una victoria. 

Jamaica, Haití, Venezuela. Cartagena, Maracaibo, son ciudades que están al igual que las demás en el escenario del nacimiento de la República de Colombia. 

Sin un Caribe llamado José Prudencio Padilla, sin una batalla en el Mar Caribe, allá en Maracaibo, no podríamos estar festejando este 20 de julio.

Las batallas que le dieron la independencia a Colombia allá en Boyacá, por ejemplo, no hubieran podido tener un final feliz a través de la Constitución de la República si no hubiera habido una batalla naval que cerró la segunda fuerza expedicionaria del ejército más grande del mundo, el del imperio español, que intentaba por segunda vez reconquistar nuestras tierras y que intentó entrar a estos territorios allá, por el lago de Maracaibo.

Ese Caribe los derrotó. Un hijo de un negro y una indígena wayuu que hoy conmemora en los próximos días 200 años, dos siglos de su existencia.

José Prudencio Padilla que configuró la Armada de Colombia. Caribes, caribes aquí, caribes allá, caribes libertarios, caribes solidarios y solidarias, caribes que sólo sabían, en aquel entonces, hace dos siglos, pronunciar las palabras de libertad, de democracia, de república, de que todos los seres humanos somos iguales, de que la solidaridad o fraternidad se impone, que la igualdad y la fraternidad son la base de la convivencia en paz de los pueblos.

Hoy recogemos esa raíz histórica que nos había olvidado el Caribe. Pensaban desde Bogotá en la isla de San Andrés como en un balneario, en un lugar para comprar las neveras, los televisores o los equipos de sonido.

Se le olvidó a Colombia, que Colombia misma es diversa, que sólo en el Amazonas se escuchan 300 idiomas diferentes, que no somos simplemente hispanos o latinos, que tenemos raíces prácticamente que surgen de todos los rincones del planeta que nuestra principal riqueza es la diversidad.

Se nos olvidó que hace dos siglos dijimos que el pueblo es soberano y reemplazamos eso por otro tipo de regímenes, de creencias, de ilusiones fantasmagóricas que nos han venido conduciendo hacia la construcción de una guerra perpetua, de una guerra eterna, de una violencia que nunca termina. 

Se nos olvidó que es una nación. Una nación no es simplemente el aire o el agua o la tierra, aunque es indispensable. Una nación es el pueblo, antes que nada.

Sin que haya un pacto del pueblo, un pacto de convivencia, no es posible construir una gran nación como lo demuestra toda la historia humana.

Se nos olvidó el pueblo o, más bien, se les olvidó la existencia del pueblo como la base de la nación de la soberanía. El pueblo es la base de la soberanía.

Y por eso nos desafiaron. Por eso, a principios de este siglo fue Colombia demandada. Y entramos en unos procesos jurídicos. 

(El Presidente de Colombia, Andrés) Pastrana había aceptado la competencia de la Corte Internacional de Justicia. Y en la Corte Internacional de Justicia hablan los abogados, los conceptos del derecho del mar, construido por la civilización humana a partir de su propia experiencia milenaria.

Y empezamos a perder una y otra vez. De hecho, Colombia, en su vida republicana, lo que ha visto es perder su propio territorio una y otra vez, como si quienes gobernaran desde Bogotá no tuvieran corazón, como si no sintieran, como si fueran indolentes ante el concepto mismo de la nacionalidad, de lo que significa la independencia nacional y la dignidad, que no es una simple bandera.

La bandera es el símbolo, el símbolo de algo que se llama pueblo, que se llama territorio, que se llama historia, que se llama culturas.

La patria es un ser vivo, no una estatua de mármol, o de cobre, o de bronce. La patria no es inerte, es un fluir de la historia y se construye a partir de decisiones de sus sociedades, equivocadas o no. La historia es la forma cómo se construye una nación.

En esos dos siglos de vida republicana, desde Bogotá, llámese Santa Fe, llámese el centro, lo que hemos visto es cómo se pierde el territorio, cómo se abandonan las fronteras, cómo otros terminan soberanos. 

Así fue con la Costa Mosquitia, aquí, al frente de San Andrés. Una de las primeras pérdidas que trae, incluso, el desarrollo de los actuales acontecimientos. 

Así fue con Panamá, o se nos olvidó la historia. La indolencia con la que se trabajó desde el mundo político y gubernamental, el perder una de las zonas más ricas de Colombia, hoy lo sabemos. 

Mientras nosotros, los colombianos, en aquella época nos matábamos entre sí, entre liberales y conservadores, en las montañas andinas, perdíamos el canal de Panamá, perdíamos Panamá, perdíamos nuestra presencia en Centroamérica, perdíamos el territorio que nos comunicaba desde el centro del mundo con los dos océanos más grandes y con los dos grandes centros del poder económico y político mundial de hoy. 

Y después perdimos Los Monjes, y después perdimos la gran Colombia, antes, como un gran proyecto de construcción nacional que se evaporó porque decidimos enfrentarnos entre los mismos, entre los que nos parecemos, entre los que somos un mismo pueblo. 

Y decenas de miles de kilómetros de la selva amazónica se perdieron a principios del siglo XX. Esas malezas, quizás, pensaron, esos árboles que nadie usa, ese territorio inexplorado, ese mundo de explosión vital que es la selva amazónica, ¿para qué nos sirve? Pensarían desde Bogotá. Y lo dejaron diluir. Y miren hoy la importancia que tiene la selva amazónica, sólo como el principal pilar terrenal que tenemos para la supervivencia de la vida humana. 

Y después perdimos más. Después, perdimos 75 mil kilómetros cuadrados de nuestro mar aquí, al lado de San Andrés, en el Caribe colombiano.

Año 2012, una secuencia de pérdidas nacionales que lo que indican, desde el punto de vista del mapa geográfico, es la inmensa debilidad de una nación.

Una nación fuerte no pierde su territorio, una nación débil puede hasta perecer entre el concierto de las naciones del mundo, puede diluirse y quedar en el pasado, inexistente en el presente.

La debilidad nacional, ¿qué significa? ¿Qué es una nación débil? Una nación débil es aquella que no logra un pacto de su propio pueblo.

Coherentemente, si la base de una nación es su pueblo la fortaleza de una nación es su pueblo y la debilidad de una nación es su pueblo.

Si su pueblo se mata entre sí, si su pueblo no logra encontrar los puentes de un pacto nacional que le permita convivir en paz en su propio territorio, si su pueblo vive de guerra en guerra eternamente, si no logra encontrar los senderos de la paz que no son más que los senderos de lo que el suizo (Jean-Jacques) Rousseau (filósofo considerado uno de los grandes pensadores de la Ilustración, movimiento cultural e intelectual, primordialmente europeo, que nació a mediados del siglo XVIII) llamaba el Contrato Social, pues no se construye una nación. 

Por eso hemos visto nuestra nación debilitada, porque no hemos construido el gran acuerdo de todos (los colombianos) y de todas las colombianas en medio de la diversidad.

Y, por eso, en esa debilidad es que se debilita, también, nuestra nación y se pierden los espacios del territorio, del mar, del aire, de la selva, de la tierra, de la cultura incluso.

Eso frenó a partir del 2012. Hay que reconocer que del fracaso y de la pérdida de los 75 mil kilómetros cuadrados hubo una reflexión, un intento de autocrítica no pública.

¿Qué fue lo que fracasó desde el 2001 hasta el 2012 para que perdiéramos estos 75 mil kilómetros cuadrados de nuestro mar? ¿En dónde estuvo el error? ¿Cuál fue la falla? 

Yo sólo voy a leer aquí tres frases de esa famosa sentencia de la Corte Internacional de Justicia que creo que alumbra nuestro fracaso, el fracaso de los gobiernos de esa época, del 2001 y del 2012, que es el fracaso de una nación siempre relativo. 

Dice así la Corte: la Corte concluye que Colombia no ha demostrado que los habitantes del archipiélago de San Andrés, en particular, los raizales, gocen de derechos de pesca artesanal en aguas ahora ubicadas en la zona económica exclusiva de Nicaragua.

La Corte dijo que el Gobierno colombiano no demostró que ustedes, los raizales, tenían derechos de pesca artesanal en las aguas que hemos perdido.

¿Qué le pasó al gobierno de Colombia? ¿En qué consiste este error? Que no se dio cuenta que el principal instrumento y objetivo de defensa era el pueblo raizal, era el pueblo. 

El gobierno de Colombia, entre el 2001 y el 2012 –y cosechó esa derrota internacional– no se dio cuenta que la fortaleza no estaba, simplemente, en las armas, que la fortaleza no estaba en contratar a los abogados de siempre, blancos e inodoros e incoloros que habitan las calles del Chapinero de Bogotá. 

No se dio cuenta que esos abogados encumbrados apenas conocían San Andrés, cuando venían a bañarse en el mar. Y que no habían hablado con su gente, que no habían caminado por las calles y los pueblos, que no habían conocido su cultura, que no sabían de su historia, que no sabían de los viejos marineros que surcando el mar iban hasta los cayos, hasta Quitasueño y Serranilla.

Y que allí no iban sólo de paseo, sino que iban a pescar, sino que iban a recoger el guano de las islas, sino que iban a dormir allí durante meses, que mientras trabajaban en las noches miraban las estrellas.

Y que sentían que esas, que no eran rocas, era su tierra, su mar su cultura; que sabían de esos viejos marineros raizales, de su existencia de que tenían abuelos y abuelas en Jamaica, y que tenían familiares en la Costa Mosquitia nicaragüense y en Honduras, y que era el mismo pueblo; que había una identidad cultural, que había una historia común y que esa historia se había marcado por la palabra autonomía, que es el sinónimo de la palabra libertad. 

¿Qué saben de sus nombres en inglés? ¿Qué saben de sus religiones? Creyeron que la tarea era estar desde un escritorio frío, allá en La Haya (Países Bajos) o en Bogotá y que, simplemente, por los apellidos y los pergaminos se podía defender nuestro mar territorial. Y fracasaron.

Fracasaron, porque se les olvidó la palabra pueblo, se les olvidó la existencia del pueblo, se les olvidó que la base de una nación.

Y que el poder en una nación democrática no es más que el poder popular, que no es el poder del apellido y del privilegio, que es el poder de la gente que hace la empanada o la arepa, o que hace la cazuela de mariscos, o que camina a las calles cargando los bultos, o que se echa a la mar en un pequeño barco para pescar la comida de sus hijos; que ese pueblo es el que tiene el poder de la soberanía y que era allí donde se tenía que construir la estrategia victoriosa para no perder más territorio, más mar, más aire como lo hemos perdido en estos dos siglos de existencia. 

En el 2012 fueron cambiando las cosas. Y, hay que reconocerlo, empezó la reflexión crítica. La Armada se dedicó a los descubrimientos científicos fotográficos para saber cómo es el fondo de este mar, que es probadamente ese espacio de la tierra que se mete debajo del mar y que es su continuo y que llega desde Cartagena, desde Barranquilla, desde Córdoba, desde La Guajira hasta San Andrés, y yo diría que más allá. 

¿Cómo demostrarlo? Se propuso la Armada y la DIMAR (Dirección General Marítima y Portuaria) y fueron apareciendo las pruebas.

Nicaragua decía que San Andrés era una especie de roca en medio de una fosa marina y que, por tanto, no había plataforma continental extendida de Colombia más allá de sus 200 millas y que, por tanto, al estar estas islas, San Andrés, Providencia, Santa Catalina y Los Callos, en medio de una fosa, las aguas que estaban en esa fosa rodeando las islas eran de Nicaragua. 

Lo que significaría, si hubieran triunfado en su tesis, que Nicaragua rodearía por completo la isla de San Andrés, de Providencia, de Santa Catalina y de Los Cayos. 

Estaría perdida para Colombia San Andrés en cuestión de decenas de años. El mayor peligro a la soberanía nacional contemporánea.

Esa fue su demanda, interpuesta en el 2013, después de haber ganado la del 2001 y sus 75 mil kilómetros cuadrados entre San Andrés y Nicaragua.

E iban por más, venían por las islas, por estas banderas, pero sobre todo por este pueblo, por esta cultura y por esta belleza que había sido parte de nuestra nación invisibilizada desde los círculos de la oligarquía colombiana en Bogotá. 

E íbamos a otra derrota, señoras y señores, una más. Habíamos perdido, porque la reacción ante la derrota fue decir que entonces nos salíamos de la Corte Internacional de Justicia y denunciábamos el Pacto de Bogotá (tratado internacional firmado en el marco de la Novena Conferencia Interamericana en 1948).

Y se les olvidó a los ilustres abogados que aun saliéndonos y denunciando el Pacto de Bogotá éste seguía teniendo competencia por un año más, después del fallo del 2012. Tamaño olvido que le permitió a Nicaragua demandarnos en el 2013, antes de que se cumpliera el año. 

Y la demanda de Nicaragua iba por todo el mar que rodea San Andrés. Es decir, iba por San Andrés y Providencia y Santa Catalina. Una derrota más y aquí, quizás, no estaríamos hablando.

(El Presidente de la República, Juan Manuel) Santos tuvo una buena idea. El Presidente Santos formó aquí algo que se llamó el Raizal Team. Es decir, se acordó del pueblo raizal. Convocó a sus profesionales intelectuales, a las autoridades raizales, con su diversidad, también, de pensamiento y les preguntó qué hacemos ante la derrota y empezaron a salir los conceptos del pueblo raizal de San Andrés y Providencia.

 


Por lo menos, el gobierno consultó la base de nuestra nacionalidad, de nuestra nación en estas islas.

Y empezó la demanda de Nicaragua en el 2013 y ya teníamos pruebas de cómo es el fondo del mar y de que sí hay una plataforma continental extendida en el trabajo de la Armada de la DIMAR. Y empezaron los consejos del pueblo raizal a penetrar en la estrategia del gobierno.

Pedimos que la Corte internacional de Justicia no tuviera competencia y perdimos de nuevo.

Y se avecinaba una gran derrota hasta que llegó este Gobierno. Recibimos lo que había de lo bueno y de lo malo. Tratamos de recoger una enseñanza. Esa enseñanza es lo contrario de lo que esta sentencia dice en el 2012, que Colombia no ha demostrado que los habitantes del archipiélago de San Andrés, en particular los raizales, gocen de derechos de pesca.

Pues de lo que se trataba era de demostrar la existencia de un pueblo con identidad cultural al cual no se le había escuchado ni se le había tenido en cuenta en las sentencias de los magistrados y de los abogados.

Decidimos que ese era el eje central de nuestra estrategia. Ese fue el cambio. Y por eso nombramos embajadores y embajadoras hijas de esta isla e hijas de esta cultura, para que fueran nuestros embajadores en las islas antillanas, quizás, debimos nombrar uno en Nicaragua.

En Trinidad y Tobago, en Jamaica, en donde están nuestras embajadas, hijos e hijas de San Andrés y Providencia tomaron puesto.

Y decidimos que el equipo de juristas tenía que integrarse entre lo mejor de los abogados internacionales –nos importaba un bledo los apellidos y abuelos de los abogados de la oligarquía bogotana– los mejores abogados del mundo. 

Y aquí tengo sus nombres: un asesor colombiano de alta intensidad académica Gabriel Cifuentes y raizales en el equipo jurídico de negociación como Elizabeth Taylor –aquí presente– de la isla de Providencia, hoy Vicecanciller de la República de Colombia.

Lo que queríamos era mostrarle allá, en la discusión jurídica de La Haya, la existencia de un pueblo a través de los mismos negociadores colombianos, demostrar que esto que habían dicho en el año 2012 no era cierto. Y ese cambio de estrategia nos dio el triunfo. Hoy hemos triunfado, relativamente.

En la audiencia oral de diciembre del año pasado, siendo nosotros Gobierno, este equipo se estrenó. El doctor (Eduardo) Valencia (Ospina, Agente colombiano ante la Corte Internacional de Justicia), una de las figuras más expertas de Colombia en la Corte –precisamente había sido 16 años miembro de la Corte Internacional de Justicia– nos ayudó. 

Estos equipos internacionales y nacionales, hasta me gustaría leer algunos de sus nombres, me alargo de pronto, antes de la parte final de mi discurso, pero que es necesario que lo reconocemos.

Reconozcamos este equipo: la coagente, en la terminología jurídica de la corte; la Viceministra de Asuntos Multilaterales, Elizabeth Taylor Jay, que es bióloga marina, conocedora del mar, con maestría en protección del medio marino de la Universidad de Van Gogh Gales en el Reino Unido, hoy nuestra viceministra. Había sido embajadora en Kenia.

Cuánta prensa no ha dicho por ahí, ¿qué hacemos nosotros en Kenia y en África? Pues recoger las raíces de esta victoria.

Gabriel Cifuentes Gidhini, abogado y magíster de Derecho de la Universidad de Los Andes, magíster en Derecho Internacional de la Universidad de Nueva York, magíster en Administración Pública de la Universidad de Harvard y PhD en Derecho de la Universidad de Roma, es secretario de Transparencia y profesor de Derecho Internacional. 

Eduardo Valencia Ospina, Agente, doctor en ciencias jurídicas y económicas de la Universidad Javeriana, con maestría en Derecho de la Universidad de Harvard, es uno de los juristas en Colombia más versados en temas del derecho internacional y en asuntos de la Corte internacional de justicia. Coagente.

La doctora Carolina Olarte Bácares, embajadora de Colombia ante los Países Bajos, abogada de la Pontificia Universidad Javeriana, con maestría en Derecho Internacional de la Universidad Robert Schumann de Estrasburgo y doctora en derecho de la Universidad de París Sorbona.

Michael Reisman estadounidense, especialidad de derecho internacional público litigios y arbitraje internacional, profesor titular de derecho internacional de la Universidad de Yale, presidente del Tribunal Arbitral del Banco de Pagos Internacionales y miembro del Instituto de derecho internacional, también fue presidente de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de la OEA.

Rodman Bundy, estadounidense, derecho internacional público litigios y arbitraje internacional, socio del Departamento de Solución de Controversias de la firma Paiton Box, miembro de la Barra Nueva York con casos ante la Corte Internacional de Justicia, fue abogado para la República del Perú en el caso de la disputa marítima Perú – Chile, abogado para el reino de Camboya en el caso de la solicitud de interpretación de la Sentencia Quince, abogado para Ucrania en el caso de la delimitación marítima en el Mar Negro – Rumania – Ucrania.

Michael Wood, inglés, abogado de la Universidad de Cambridge, tiene una extensa carrera académica y profesional en temas de derecho internacional público, actualmente es miembro de la Comisión de Derecho Internacional de las Naciones Unidas.

Jean-Marc Thouvenin, francés, Secretario General de la Academia de Derecho Internacional de La Haya, es profesor de la Université Paris-Ouest-Nanterre, la Defense, donde se desempeñó como director del Centro de Investigaciones de Derecho Internacional. 

Laurence Boisson de Chassol, francesa-suiza, maestría en solución de controversias internacionales y profesora titular del Derecho Internacional en la Universidad de Ginebra.

Este fue nuestro equipo jurídico, raizales nacionales colombianos y los mejores abogados internacionales. 

Raizales. ¿Qué fue lo que nos hizo ganar esta vez? El reconocimiento del pueblo raizal. Nos hizo ganar a Colombia en soberanía, ustedes. Es de ustedes, fundamentalmente, el triunfo, es del pueblo raizal. 

Y entonces bien tenemos que decirnos: ¿y ahora qué? ¿Y de ahora en adelante qué? ¿Para dónde vamos? ¿Otra vez para el olvido? Que nos costó 75 mil kilómetros cuadrados de mar sólo porque una élite llena de privilegios se le olvidó que la base de la soberanía es el pueblo y que el pueblo en esta isla se llama el pueblo raizal. 

¿Volvemos al olvido? Para que después se aprovechen de esa debilidad de una democracia que no es capaz de reconocer el pueblo y sigamos perdiendo en próximas décadas.

¿O recogemos de nuestros errores y reflexionamos? 

La base de la nación es un pacto del pueblo, es el poder del pueblo. La base de la soberanía es el poder del pueblo. 

La base de la independencia es la fortaleza del pueblo. La base de la independencia es la fortaleza del pueblo. La base de la paz es el pacto del pueblo.

Estos son, para mí, los mensajes que nos deja este pedazo del siglo XXI que hemos vivido alrededor de nuestra lucha por el mar en el Caribe. 

Y Entonces, ¿Cómo volvemos eso una realidad contante, sonante, cotidiana? ¿Cómo, todos los días que vivamos de aquí en adelante pueden demostrar que esto que estamos diciendo en el discurso se vuelve una realidad? 

Yo propongo, hago unas propuestas a las autoridades raizales y al pueblo raizal de estas islas. 

Uno: solicitaremos el diálogo con Nicaragua ahora para negociar las condiciones del derecho de pesca del pueblo raizal en el Caribe. 

Hablaremos con Ortega y con su gobierno sobre cómo, sobre estos nuevos fallos de la Corte, podemos hacer prevalecer que los pueblos del Caribe, los pueblos raizales en este suroccidente del mar, puedan tener derecho a la pesca sin ser molestados, puedan tener derecho a su subsistencia ancestral, puedan comunicarse entre sí, sin barreras, que los abuelos de la Costa Mosquitia puedan ver sus nietos en San Andrés y viceversa o en Honduras o en Panamá. Podamos reconocer que existe un pueblo con identidad propia. 

Dos: yo les propongo, a través de nuestra diplomacia raizal en las islas antillanas, y de las islas antillanas en nuestro país, que podamos construir una gran confederación de los pueblos raizales anglófonos de las Antillas en el mar Caribe, que podamos construir una fuerza común que va más allá de San Andrés y Providencia, que nos enseña a todas Colombia a hablar, y a toda América, y a todo el mundo a hablar en términos de la existencia del Caribe como una unidad cultural diversa.

Sí, que habla diversos idiomas, sí, franceses, holandeses, creoles, hispanos, ingleses, pero que tiene un origen común, que tiene una música común, que tiene una manera de sentir el mundo común, una sensibilidad común, un feeling común. 

Y que ese pueblo tiene el derecho a organizarse, tiene el derecho a conectarse, tiene el derecho a ser. Let it be, decía antaño la canción famosa.

La Confederación de Pueblos Anglófonos de las Antillas es un objetivo que este Gobierno quiere ayudar a promover y a fortalecer.

Hemos hablado de este asunto con Mía Mottley, la Primera Ministra de Barbados, hoy una figura internacional bastante reconocida por su lucha contra la crisis climática, que es en realidad la principal amenaza que hoy tienen todas las islas del caribe y sobre la cual tenemos que adaptarnos, y mitigar, y luchar, porque la crisis climática la produjo el ser humano y sobre todo la codicia de la gente más poderosa del mundo.

Tenemos que hablar de juntar la isla de San Andrés con la fibra óptica de propiedad pública de la nación colombiana. 

Se le ha pedido a Internexa que traiga aquí una troncal poderosa de fibra óptica submarina para que desde San Andrés podamos construir el hub que llaman para interconectar todas las islas del Caribe en las nuevas comunicaciones del siglo XXI, que son las que vienen a través de las redes, que son las que vienen a través del Internet. 

Hemos dicho que estas islas deben ser las primeras islas descarbonizadas del Caribe, a partir de las energías limpias, y ya comenzamos a construir las granjas solares en la isla de Providencia. Deben construirse también en la isla de San Andrés.

Quizás la pesca y el turismo hasta ahora han sido los ejes fundamentales, pero el turismo ha traído la sobrepoblación. El Ministerio del Interior tiene una indicación para construir un plan serio y financiado a partir del año entrante de retorno voluntario de población no raizal al continente colombiano.

La sobrepoblación es un peligro para la isla y le quita el poder y la autonomía al pueblo raizal y es el querer de este Gobierno que esa autonomía y ese poder crezcan.

Por eso, queremos fortalecer Teleislas, le hemos ya transferido los recursos económicos para convertirlo en un canal poderoso en el mar Caribe, porque esa autonomía del pueblo raizal y su poder es también una autonomía y un poder de su cultura. 

Ayer en la reunión del team, alguien decía –y me causó dolor su frase–: es que nosotros creemos que esta etnia dijo va a desaparecer. Es que lo que hemos vivido es un etnocidio. No es lo mismo que genocidio. Genocidio es la muerte física de un pueblo, etnocidio es la muerte real de una cultura. 

El pueblo raizal vive un etnocidio provocado desde Bogotá, desde su poder político. Y nosotros tenemos que reversar esa situación. No podemos permitir que muera una sola cultura, sea selvática en el Amazonas, sea indígena en los Andes, sea afro en el pacífico o sea raizal en el caribe.

Ni una cultura debe desaparecer, porque eso es como la muerte de la memoria y de la historia, como el empobrecimiento de una nación. Esa frase no puede volverse real, aunque ha sido durante dos siglos.

Y la manera para que no muera la cultura es que la población joven no se vaya de la isla, que se quede en estas islas y tenga sus hijos y tenga sus nietos y transfiera la memoria de padres, de abuelos y bisabuelos, sus músicas, sus historias, su cultura. 

Y para que la juventud no se vaya de estas islas, entonces, tenemos aquí que hacer conocimiento, tenemos que construir una universidad de verdad, tenemos que garantizar que desde las islas se pueda vivir a partir de los saberes. 

La propuesta de campaña de construir una universidad para todas las Antillas políglotas en todos los idiomas, una universidad que le permita a miles de jóvenes, no sólo en la isla de San Andrés y Providencia y Santa Catalina, sino de todas las Antillas, venir a estudiar aquí. 

Las cosas que hoy es indispensable estudiar, como el mar, como las energías limpias, como la comunicación, como la cultura para sobrevivir en el Caribe es lo que puede garantizar que la juventud no se vaya, es lo que puede garantizar que desde las redes los jóvenes y las jóvenes puedan comunicarse con el mundo, vivir el mundo, transferir la cultura raizal, volverla poderosa.

No sólo desde las redes, sino en los festivales mismos que hay que reconstruir para que San Andrés sea el cerebro del Caribe. 

Pequeña, sí, en extensión. Pequeña, sí, en cantidad de población. Pero puede ser poderosa desde el punto de vista del saber, el conocimiento y la cultura y eso podría agenciarse a través de un instrumento concreto, la gran universidad raizal del Caribe con sede San Andrés, que quiero que EL Ministerio de Cultura coloque como una tarea prioritaria a partir de nuestro programa de universidad al territorio que San Andrés sea una prioridad. 

Por tanto, no sólo la pesca, no sólo el turismo, también el cerebro; no sólo la pesca y el mar, no sólo el turismo y la belleza, sino también el saber y el conocimiento pueden ser los ejes que nos permitan decir, no como anoche, con cierta seguridad y alta seguridad, que la etnia racial, raizal, que la etnia de la cultura de las islas anglófonas del Caribe colombiano no se va a extinguir, no va a desaparecer, no se va a diluir en la historia, sino que hará parte de una gran nación colombiana

Aquella que tiene que encontrar el camino de reconocer al pueblo como la base de su nación.

Aquella que tiene que reconocer que en la base de la paz para destruir la guerra está el gran pacto nacional que permita que todas y todos podamos vivir en dignidad en el territorio colombiano. 

Esa Colombia que tiene que convertirse en una gran nación pluridiversa. Esa Colombia que tiene que convertirse en una potencia mundial de la vida.

Para enseñarle a la humanidad que el camino de la existencia humana no es la codicia, sino que el camino de la existencia humana no es más que conservar los pilares fundamentales de la vida, que San Andrés sea esa potencia mundial de la vida en el Caribe, que San Andrés sea nuestra gran bandera libertaria y democrática en el corazón incluso de las tiranías. 

Gracias, muy amable por haberme escuchado.

(Fin/gaj)



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