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Discurso

Palabras del Presidente Gustavo Petro en la ‘Cumbre de los Pueblos’ celebrada este lunes en la capital de Bélgica

Foto: Leo Queen - Presidencia

Presidente Gustavo Petro en la Cumbre de los Pueblos, en el Auditorio Nelson Mandela, Universidad Libre de Bruselas.


Bruselas, 17 de julio de 2023.

“En medio de tanto calor, he venido a expresar un poco mis pensamientos sobre el momento que estamos viviendo. Me parece que hay necesidad de hacer un análisis del mundo de hoy para tratar de describir -en ese mundo de hoy- un proceso de transformaciones, un proceso de cambio y probablemente ya no puede repetir la historia pasada. 

Colombia ¡Potencia Mundial de la vida! ¡Viva Colombia! Alguien decía que la historia no se repite, que nada sube. Y en esa medida, la historia es un fluido, como un río, nunca se repite, pero corre. 

Y hay que determinar la forma como está corriendo hoy, hacia dónde va el mundo que estamos viviendo hoy y -por tanto-, cuál es la responsabilidad al frente de nuestros pueblos latinoamericanos ¿Cuál es el papel de América Latina hoy, en este siglo? ¿Hacia dónde llevamos esa América Latina? ¿Nos estamos equivocando o no nos equivocamos? 

El mundo de hoy es un mundo de cambio, indudablemente. Aparecen cosas nuevas, aún no dibujadas completamente y van desapareciendo cosas vivas. Y ese proceso de lo nuevo que no aparece y de lo viejo que aún no desaparece del todo, lo describía Dránchila con la palabra ‘crisis’. Estamos viviendo una crisis. 

Los ricos del mundo reunidos en Davos, a principios de este año lo dijeron explícitamente, le pusieron un nombre, la ‘policrisis’; es decir, una crisis de muchas dimensiones. Así lo perciben, que en otras palabras no es más que una crisis integral, alguien decía una crisis civilizatoria, una era que se acaba, sin saber muy bien cuál es la era que viene, si viene. 

Esa ‘policrisis’ la definían estas personas, gente muy poderosa del mundo, como varias crisis al mismo tiempo. La enfermedad que acabamos de vivir, la guerra que estamos viviendo, la crisis económica que desde el 2008 no cesa, una parálisis incluso total del capitalismo la crisis climática y de nuevo la pobreza y el hambre que crecen en buena parte del mundo. 

Esta es una crisis que expresa el final de los tiempos. Alguien diría ‘el final del paradigma del neoliberalismo’, alguien más radical diría –quizás- ‘el límite del capitalismo’. 

Estas crisis -en general y es la manera como ha sido interpretada- tienen un anclaje en algo que se llama la ‘crisis climática’. Las izquierdas no han analizado este tema, les ha sorprendido, como le ha sorprendido a las derechas, la irrupción en nuestra humanidad en estos tiempos de algo que hace 15 años, 20 años, pues no teníamos ni siquiera un concepto formado en la cabeza. 

Nos lo ha dicho la ciencia, no ha sido la política, no ha sido -ni siquiera- la economía: ha sido la ciencia más exacta de todas, la física, la química, las matemáticas, la climatología, la ciencia con una especie de faro y eso no debe ser bajado por la oscuridad del pensamiento. Es la ciencia la que está de nuevo alumbrando la razón, la que está guiando el progresismo. 

No se puede definir un progresismo si no hay un pensamiento simbólico, si no hay una ciencia de paz. El progresismo no es mera pasión, no es mero corazón aunque lo implica, sino que implica también una racionalidad.

Los que generaron las luchas obreras en este continente y cierto pensamiento que llamamos de izquierda hoy, que se extendió por todo el mundo, que se aplicó en los territorios de acuerdo a culturas muy diferentes, que se tradujo a la inmensa diversidad humana en el planeta, siempre tuvieron clara que era la razón, la ciencia, la que de alguna manera nos podría guiar. 

Por eso intentamos hacer una ciencia en la economía. Por eso apareció el concepto de explotación. Por eso aparecieron conceptos como el capital. Llegamos a hablar del capitalismo. Un saludo aquí a la vicepresidenta de Venezuela, Elisima Rodríguez, y de otro vicepresidente latinoamericano, Néstor Saníbal. 

Bien. Hoy esa ciencia nos dice, nos expresa que hay una anomalía en la atmósfera, que esa anomalía que es un cambio de la química de la atmósfera nos puede llevar a la destrucción de la vida. 

Que hay un peligro inminente sobre la existencia, primero la existencia natural, pero también la existencia humana. Y hoy cada pueblo lo está sintiendo de una u otra manera aún sin que le hayan quedado las explicaciones. 

Que se vuelve en la sequía en Uruguay, o la sequía en Honduras, o las inundaciones en Colombia, o los calores que matan en Europa, o los inviernos fortísimos, o los huracanes cada vez más poderosos que destruyen islas y pueblos.

Estamos percibiendo un cambio drástico, brutal, que podría, como dice la ciencia, llevarnos al exterminio, al final de la vida. La vida se nos está convirtiendo en un eje de la política, en el centro de una especie de confrontación que ahora trataré de explicar. 

Esa ciencia nos está mostrando que hay un cambio en la atmósfera y la explicación que deberíamos dar desde la economía y desde las ciencias humanas es el por qué. El cambio en la atmósfera no es un fenómeno natural, no es una emanación de la naturaleza, no es un desastre natural por se llamó. 

El cambio químico de la atmósfera está expresando la acumulación del capital en su máximo grado. Algo que quizás se nos había olvidado desde hace 40 años. Este sistema de producir, esta manera de producir que se ha vuelto dominante en todo el mundo y que tiene unos ejes de poder fundamentales en el norte.

Los procesos de acumulación ligados a la ganancia y la codicia, que es lo que define finalmente el concepto del capital, el modo de producir capitalista, ha generado un Frankenstein. Se llama la crisis climática. 

Un Frankenstein con la capacidad de acabar con la humanidad. Si lo queremos, ya el filósofo alemán lo había dicho, el capital puede destruir las fuentes de su propia riqueza, la naturaleza y los seres humanos. 

Si lo queremos, quizás, se había predicho las posibilidades mortíferas de un proceso de acumulación de capital, huracanado por la velocidad que se genera por la persecución de la ganancia, es decir, la codicia. 

Lo que estamos presenciando hoy es como la acumulación del capital, ese proceso promedio en el cual cada vez se absorben más seres humanos, más materias primas, más naturaleza, más energía para transformarla en más mercancías que al venderse, más y más se vuelve más y más y más ganancia el malo de unos pocos, que desfigura la equidad dentro de la especie humana, entre las naciones en el mundo, que excluye a las mayorías. 

Bueno, ese proceso huracanado movido por la codicia, cada vez más amplio y veloz, que consume cada vez más energías, energías que fundamentalmente desde la Revolución Industrial fueron el carbón y luego el petróleo.

Ha cambiado la química de la atmósfera, y la química de la atmósfera ha cambiado el clima, y el clima cambiado abruptamente está cambiando las condiciones materiales de la existencia, incluida la existencia humana. El capital llegó a un límite, la vida, y ese límite tiene que dirimirse en estos tiempos. 

Lo que estamos presenciando en el mundo de hoy es una lucha aún sorda, aún no explícita, aún ocultada entre el capital y la ganancia y la vida. Y por tanto las tensiones políticas van a aumentar aquí, cada vez de manera peor, cada vez quizás de manera más bárbara y poco racional, cada vez de una manera que, incluso, no podemos prescribir en este momento. 

Si uno asiste a estas reuniones en las que hemos estado, a las diversas cumbres, a las COP, a las cumbres de presidentes regionales, mundiales, etc. El tema aparece indudablemente, se ha identificado como el principal problema de la humanidad, ese es el principal problema de la humanidad, pero no hay el afán por solucionarlo, el afán por solucionarlo tiene unas implicaciones de tipo político y de poder, ni más ni menos implica cambiar el sistema económico, ni más ni menos implica cambiar el sistema financiero a nivel global, es que para poder detener el cambio químico de la atmósfera a la escala planetaria se necesitan muchísimos recursos que ya no podrían estar en el huracán de la acumulación del capital, sino que tendrían que extraerse o crearse para a través de un mecanismo diferente al que usa el capital poder resolver el Frankenstein que produjo el capitalismo. 

Hacer un salto de esos, algunos economistas han calculado incluso monetariamente $3.3 billones de dólares al año, de una manera permanente en las próximas décadas, no los 100.000 millones que se prometieron en la COP de Copenhague, implicó una transformación que tiene que ver con el poder y que tiene que ver con el capital. 

En estas reuniones, por ejemplo, siempre se trata como discurso retórico porque son aplaudidos porque aparece una especie de gremio de presidentes responsables con la humanidad y con la vida que hablan de la superación de la crisis climática, siempre aparecen instrumentos que una vez aplicados demuestran su ineficacia. 

Por ejemplo, las tasas de carbón, elevarles el precio a las mercancías dependiendo de la cantidad de elementos fósiles que contiene que potencialmente podrían ser arrojados a la atmósfera. Se cree que si hay libre mercado el mercado mismo a través de esta deformación de los precios a través de la huella carbón podría garantizar la superación automática de la crisis climática. 

Es un paradigma neoliberal. Es el paradigma neoliberal que se ha construido en la creencia que el mercado puede solucionar, lo que el mercado mismo produce. Una y otra vez se explican los discursos y una y otra vez se muestra su significado.

Se sigue consumiendo cada vez más petróleo y carbón, no hay una transición energética, se han creado indudablemente las tecnologías apropiadas y quizás serán mejores en el futuro, pero no hay un reemplazo del capital fósil por las energías limpias o por lo que alguien llamaría un capitalismo verde. 

Y no lo hay porque el capital tiene una ley y una lógica fundamental, la rentabilidad. Si no hay rentabilidad, no hay inversión. ¿Qué rentabilidad puede tener recuperar 10 millones de hectáreas de la selva amazónica para que sigan siendo selva? ¿Dónde podría haber una rentabilidad en algo que no se puede vender? Como las selvas del mundo, a lo cual el capital y el mercado no están acostumbrados, que no podría ser una inversión de X o Y en corporación privada, porque no tendría ni la más mínima ganancia de convertir los actuales potreros quemados, en de nuevo los bosques selváticos diversos en el Congo, en Indonesia o en nuestra propia selva amazónica.

¿Cómo podría detenerse con una actividad rentable la acidez creciente de los océanos? ¿Cómo podría detenerse con una actividad rentable el deshielo? ¿Cómo podría detenerse con actividades rentables el dejar de usar unas materias primas que han permitido tal nivel de productividad que vía el uso del trabajo humano están enriqueciendo al uno por ciento de la humanidad de una manera tan espectacular que jamás se conoce una generación en toda la historia de la especie humana que haya consumido tanto como ella? ¿Qué hemos consumido? Pero ese ‘hemos’ es mucha gente, mucho más que todo lo que consumió la humanidad de aquí hacia atrás, hasta los orígenes. 

No es la humanidad de hoy, naturalmente la que ha hecho ese salto en el consumo, es una parte de la humanidad. Pero ese consumo tiene tal energía para producir las mercancías consumidas que significa un uso nunca antes alcanzado de carbón, de gas y de petróleo, y, por tanto, un nivel de fluidos gaseosos nunca antes alcanzado hacia la atmósfera en términos de gases de efecto invernadero, con su efecto en el calentamiento global, con su efecto en el cambio catastrófico del clima, con su efecto en la destrucción de la vida. 

Por eso aparecen los virus nuevos, por eso aparece la enfermedad, por eso aparecen las guerras, porque son guerras como antaño, por las materias clima fósiles. En todo este siglo, todas las invasiones sucedidas han sido por el petróleo y por el gas, por el camuflaje fósil. 

Por eso suceden los éxodos cada vez más crecientes; ahora ya contamos por millones a las personas que del sur tratan de ir al norte, porque allá en África se acabó el agua, porque se extiende el desierto, porque eso mismo sucede en Centroamérica y México, porque las sequías van desalojando la población, porque si incluso creyéramos en los modelos que las universidades y los científicos están lanzando, proyectando escenarios de crisis climática dentro de 20, 30, 40 años, es decir, en la generación de nuestros hijos y de nuestros abuelos, pues lo que tendríamos es países deshabitados, hoy altamente habitados como Colombia.

 


Solo falta que el hielo de la Antártida se derrita más para que el flujo de la corriente oceánica fría que va hacia el norte y se calienta y se vuelve vapor, no fertilice entonces con su vapor, la selva amazónica y la selva amazónica desaparezca y si la selva amazónica desaparece, desaparecen los ríos voladores que son los ríos que van por encima de los árboles en forma de vapor y que llegan a los páramos de los Andes, y que allí la vegetación los convierte en agua líquida, y que esa agua líquida es toda el agua que bebemos en América Latina, por ejemplo, en Colombia y en nuestras grandes ciudades. 

No creemos que hay esa conexión y la hay, sólo falta que se derrita más la Antártida y no haya agua en Bogotá, como no hay agua hoy en el Uruguay, en Montevideo. Unas catástrofes que van a ser, según los cálculos, la producción de éxodos del sur hacia el norte; el norte porque está lleno de hielo, porque tiene tierras congeladas casi de manera permanente y porque al calentarse la superficie terráquea libera la tierra fértil y libera fluidos de agua. 

El norte se beneficia en una primera instancia de la crisis climática, después no lo hará, y eso va forjando un éxodo como repetiría permanentemente un movimiento de la humanidad que es estar al lado del agua para poder vivir, ordenarse alrededor del agua, solo que ya no va a ser escala local, luchas por el agua locales, sino que va a ser escala global, planetaria, un fluido de centenares de millones de personas del África, del sur de Asia, de América del Sur, hacia el norte. 

Por eso colocan muros, por eso colocan campos de concentración, por eso apuntan sus ametralladoras contra el inmigrante, por eso se ahogan allí donde apareció la palabra democracia, cerca de Grecia, en el Mediterráneo, por eso mueren en el tapón de Darién los niños y las niñas tratando de llegar a Centroamérica y de allí a México y de allí a cruzar la frontera, por eso son hoy decenas de millones de personas y mañana serán miles las que necesitan emigrar hacia el Norte. 

Y ese éxodo, como debería llamarse, que el Papa Francisco dice con mucha claridad, provoca las nuevas esclavitudes, la de la mujer, la de los niños, la del trabajo forzado, ese éxodo va a cambiar la política del México. Ya lo está haciendo. 

En el norte, el miedo a los inmigrantes, el miedo a la mujer libre, el miedo a perder el confort del nivel de vida por la crisis climática y la necesidad de cambiar radicalmente los consumos, lleva a enormes masas de la población hacia el fascismo. 

Europa va hacia el fascismo, Estados Unidos corre hacia el fascismo, el norte se derechiza, el norte empieza a entablar para defender un nivel de vida y el capital, lo que algunos llaman el capitalismo fortaleza, el norte empieza una guerra contra nuestros pueblos. Simplemente porque estamos en el sur. 

Si algun periodista preguntara, por qué esa promesa de la COP de Copenhague, ya hace tanto tiempo, donde asistieron los presidentes latinoamericanos y se sorprendieron en esa reunión, primero porque había un pueblo rodeando la reunión, pueblo de jóvenes, protestando contra el poder mundial, y segundo porque la promesa que allí se hizo, 100 mil millones de dólares al año para intentar detener el cambio del clima en el planeta, no se cumplió. 

Se repitió en París, yo estuve aquí presente ya por primera vez, y desde entonces nunca hasta la fecha, 100 mil millones de dólares se han puesto para adaptar a los pueblos a la crisis climática, ¿por qué? No es porque no haya dinero, cien mil millones de dólares para los poderes mundiales no es nada, de hecho, Estados Unidos ha decidido invertir 600.000 millones de dólares en el cambio de su matriz energética, pero invirtiéndolos al interior de los Estados Unidos, no donde está el potencial de las energías limpias que es Sudamérica, por un problema de geopolítica; no vale entregar estos 100.000 millones de dólares porque va hacia nosotros, porque si se hiciera eso, habría un cambio en la correlación de fuerzas mundiales, porque el poder podría empezar a estar donde está hoy el agua y donde está hoy el sol y el agua y el sol hoy está en Sudamérica, en el sur. 

Porque ese cambio de relaciones de poder, no es afín a la lógica de la acumulación del capital, porque si cualquiera de ustedes puede, si tiene casa, poner unos paneles solares en el techo y generar electricidad, y eso lo hacen millones de personas en un país, y centenar de millones de personas en un planeta, se acaba del oligopolio de la generación de energía eléctrica en el mundo, cambian las relaciones sociales de producir energía en el mundo, que es uno de los grandes insumos de la acumulación de capital.

Porque cambian las relaciones de los seres humanos alrededor de tecnologías que hoy denominamos limpias, y al cambiar las relaciones de seres humanos lo que estamos hablando es exactamente de cambio, es decir la sobrevivencia de la especie humana en el planeta. La vida en el planeta implica hoy un cambio, un cambio sustancial. 

Hoy son sinónimas las palabras ‘vida’ y ‘cambio’ ¿Lo produjo el mismo capital? No fue la izquierda, no fue un partido político x o y, o tal color de la bandera, no fue como creíamos las juventudes tratando de cambiar el mundo, incluso con las armas en la mano como sucedió en el pasado. 

Fue el mismo capital que nos ha llegado y nos ha llevado a un límite y ese límite se llama ‘la vida’. Hoy la humanidad sabe que la vida está en cuestión, lo saben más los habitantes de las islas del Caribe o del Pacífico o del Índico, pero uno y otro ser humano, a medida que va avanzando cada segundo la historia, va sabiendo que lo que está en cuestión es la vida. 

Se lo enseñó el virus del Covid. Lo enseña cada instante el noticiero mostrando las inconstancias climáticas en X o Y lugar. La vivencia misma de cada persona se va afectando, cada campesino sabe que las cosas no están funcionando bien, que no se puede producir como antes. Cada familia va sintiendo un temor, un temor vital, un temor que tiene que ver con el hijo, con el nieto. 

Hace un siglo cualquier ser humano pensaba que el hijo o que el nieto iba a tener una mejor vida que él o ella. Hoy la flecha no va hacia arriba, No hay un paradigma del progreso como existía hace un siglo. Hoy la flecha va hacia abajo. La sensación que existe, y esa es una quiebra civilizatoria, es que el hijo o el nieto puede vivir peor.

Y científicamente, si no hacemos nada hoy, indudablemente va a vivir una desgracia que nosotros mismos no imaginamos, porque son las desgracias de los tiempos del final que ningún ser humano ha vivido, quizás lo ha escrito, pero no más. 

Los tiempos del final son evitables, pero ese acto de evitar implica una transformación profunda del sistema económico, del sistema financiero, del sistema político mundial. 

Es decir, estamos en tiempos revolucionarios, solo que la revolución no es como la pensamos en el Siglo XX; es global, implica la coordinación de la diversidad humana total del planeta, implica un salto de conciencia -incluso de las sociedades que hoy se derechizan, se vuelve fascistas.

Ello implica un salto que les lleva, incluso, a la necesidad de cambiar sus propios sistemas políticos y de poder. Quizás juventudes hoy son muchísimo más sensibles que nosotros a lo que pueda acontecer en el futuro cercano, porque lo van a vivir.

Juventudes en Europa, juventudes en Japón, juventudes en China, juventudes en los Estados Unidos e, indudablemente, juventudes en todos nuestros sures. 

Hoy esas juventudes saben que el mundo está limitado para ellos, que lo que puede venir es una catástrofe en su propia existencia y que no va a suceder sólo si hoy hay un cambio. No dentro de 20 años, ni dentro de 50, ya no sirve. El tiempo se acabó, es hoy. 

Por eso las formaciones políticas, las personas que de alguna manera han llegado a un tipo de conciencia colectiva, social a la solidaridad que de la que aquí se hablaba. 

Por eso las formaciones sociales en la diversidad de los pueblos del mundo, hoy tienen que apresurarse, que sentir que no estamos en los tiempos de hace 50 años, que ya todos estamos en el exilio, que nos estamos poniendo por fuera de la vida, que perfectamente este hecho de no entregar siquiera los dineros para reconstruir el clima, significa más ni menos que ellos en el norte, es decir aquí, están pensando que nosotros somos desechables, que ya no tenemos importancia, que no somos un mercado.

Que hay un capitalismo fortaleza que trata de pensar en una utopía, una utopía del capital, y es que la humanidad se puede reducir simplemente a donde hoy está la riqueza.

Y que, a partir de esa utopía del capitán, todo lo demás que no es riqueza podría desaparecer sin problema. Nos están condenando a un genocidio. Cuando no hay dinero para superar la crisis climática, los primeros en morir son los pobres, como lo hemos visto ya en el planeta. 

Es decir, que no les importa la vida ni la existencia humana, sino la de ellos. No les importa la existencia natural. Creen que se puede construir una burbuja tecnológica que sin naturaleza permita que esa vida se pueda desarrollar. Es una utopía del capital sin raíces. 

Es la utopía de ellos. A nosotros nos toca construir la utopía de nosotros, y la utopía de nosotros no es más que la vida. Esto tan hermoso a lo que hemos llegado, un planeta con un virus que podría expandirse por el universo que es el virus de la vida, el que somos hasta hoy, la máxima expresión. 

Por eso cuando hablamos de una Colombia Potencia Mundial de la Vida, que suena bonito como consigna electoral, en realidad lo que estamos hablando es de una Colombia desde nuestra esquina en Sudamérica, que pueda decirle a Sudamérica que es una potencia de la vida, indudablemente, una explosión vital.

Que pueda decirle es el momento de unirnos. No tanto en el pasado, aunque nunca olvidemos nuestra historia, sino básicamente en el mundo de hoy, que hoy una Sudamérica puede hablar, puede actuar, puede vincular pueblos y otros sures, y que esa unidad de los sures puede convocar al conjunto de la humanidad, porque llegó el tiempo del cambio.

Porque sin el cambio hoy, no hay vida en el planeta tierra. Gracias muy amables por haberme escuchado”.

(Fin/epr/cab/mgm/cs)


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