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Discurso

Palabras del Presidente Gustavo Petro en la ceremonia de ascenso a oficiales navales de la Armada Nacional

Foto: Juan Diego Cano - Presidencia

Presidente Gustavo Petro, en la ceremonia de ascenso a oficiales navales de la Armada Nacional

Cartagena, 2 de junio de 2023

El saludo al teniente de corbeta Jairo Manrique López, primer puesto de la promoción y condecorado por sus méritos académicos con la medalla militar ‘Francisco José de Caldas’; a sus padres, Jairo Alberto Manrique Becerra; a su madre, Diana Alexandra López Serrano. 

A sus tres hermanos Juan Camilo, Daniela y Julián David. Nació usted casi empezando el siglo, en el hermoso mes de abril.

Oficiales ascendidos el día de hoy al grado de tenientes de corbeta, subtenientes de infantería de marina y tenientes de la reserva activa; sus familias y amigos.

Ministro de Defensa Nacional, Iván Velásquez Gómez y su esposa, María Victoria. 

Altos mandos militares y de la Policía Nacional, general Helder Fernan Giraldo Bonilla, Comandante General de las Fuerzas Militares y su esposa María Victoria; general Luis Mauricio Ospina Gutiérrez, Comandante del Ejército Nacional y su esposa Lorena; almirante José Joaquín Amézquita García, Jefe de Estado Mayor Conjunto de las Fuerzas Militares, su esposa Liliana y su hijo Juan.

Almirante Francisco Hernando Cubides Granados. Comandante de la Armada Nacional y su esposa Lucy; general Luis Carlos Córdoba Avendaño, Comandante de la Fuerza Aérea Colombiana; mayor general William René Salamanca Ramírez, Director General de la Policía Nacional.

Contralmirante Camilo Mauricio Gutiérrez Olano, Director de la Escuela Naval de Cadetes ‘Almirante Padilla’ y su esposa Adriana; alférez de fragata graduado, su señora madre y su padre, capitán de navío de la República de Honduras; comunidad indígena del pueblo Zenú —que es mi propio pueblo— y población afrocolombiana que nos acompaña. 

Funcionarios del Gobierno Nacional, mandos regionales de las Fuerzas Militares y de la Policía Nacional; sargento mayor del Comando Conjunto, Consuelo Díaz Álvarez; sargento mayor de las Fuerzas Militares; jefe técnico de comando, Wilmer Estupiñán; asesor de comando de la Fuerza Naval del Caribe; presbítero de la Escuela Naval ‘Almirante Padilla’, capellán Freddy Granados Blanco.

Señores almirantes, excomandantes de la Armada Nacional y oficiales de la reserva activa; agregados navales y oficiales extranjeros.

Saludo especial a todas las mujeres y los hombres de la Armada Nacional que este año conmemoran su bicentenario naval.

Medios de comunicación, en general, a todos los aquí presentes.

Bueno, hoy tenemos una promoción más de oficiales de la Armada Nacional. Algunos seguirán, la mayoría, su carrera militar junto al mar, junto a los ríos en territorio colombiano y muchas veces por fuera de él, algunos y algunas otras seguirán hacia la vida civil a las flotas mercantes, las navieras, entrenados por esta escuela. Buen viento y buena mar, dice el dicho popular de hace tantos siglos.

A ustedes les corresponde, ojalá, lograr que el mar, el océano, se integre realmente a la vida cotidiana de un colombiano o de una colombiana, por razones de la historia, quizás de la conquista de donde vinieron, quienes por encima de los indígenas terminaron invadiendo estas tierras.

Colombia le ha dado la espalda al mar. Como otros pueblos que a veces construyen muros para no ver desde sus ciudades el mar, miran hacia adentro, hacia sí mismos, hacia las montañas, las cordilleras y olvidan que ese mar siempre nos junta. A todos los seres humanos que, de alguna manera el mar no separó, sino que juntó a lo que hoy podemos llamar la humanidad, que por allí desde hace milenios comenzó la historia.

Fue quizás el ser humano tratando de dominar las olas, tratando de mirar qué había más allá, qué se podía encontrar de nuevo. Ese espíritu que busca casi que en la aventura la exploración de lo que no se conoce, nos fue llevando a allá, más allá de las olas, a encontrar otros seres humanos, a encontrar otras civilizaciones, a ponerlas en contacto y a ir construyendo lo que al final de estos tiempos podemos llamar la humanidad.

Les corresponde a ustedes hacer que Colombia sienta del mar las posibilidades de unificarse con la misma humanidad. Si estamos aquí en el caribe, indudablemente más allá de estas playas, hay una diversidad, hay unas culturas con las cuales no solamente comerciar, sino encontrarnos culturalmente, encontrarnos que tenemos cosas comunes por las que luchar; encontrar otras naciones hoy, que se parecen a la nuestra, que se parecen a esta región, que quizás configuran una misma cultura muy poderosa en la civilización humana del hoy: la cultura caribeña.

Encontrarán pueblos anglófonos, muy parecidos a los que tenemos en nuestra hermosa isla de San Andrés, Providencia y Santa Catalina. Encontrarán que ellos pueden ser una confederación de pueblos con una historia común que cruzó algo que también aquí en Cartagena tuvo casi su capital como en La Habana, un terrible momento que se llamó de la esclavitud.

Un momento que, quizás, no pudo, no debió haber existido en la historia humana, pero que nos ha configurado culturalmente a los colombianos y al pueblo del Caribe. 

Poder construir esa confederación de pueblos anglófonos que juntaron esclavos y piratas y que hacen parte de nuestra propia diversidad con músicas hermosas, con intención de amor sobre el mar y sobre su pesca, es quizás hoy uno de los objetivos que nos podrían hacer converger con el océano y su cultura, desde una Colombia andina, desde una Colombia cuya capital está tan lejos del mar, para una Colombia que está —y es a su gran riqueza— en los dos más grandes océanos del mundo, al lado y lado.

Una posición de la cual no hemos sacado la ventaja geopolítica que deberíamos sacar. Es en los puertos colombianos donde estamos más cerca al mismo tiempo de los puertos de Europa y de los puertos de Asia. Casi ningún otro país tiene esa misma ventaja que la colombiana. 

Fue a partir de allí que debimos haber construido un destino nacional que nos podía, prácticamente, dejar como el corazón del mundo. Sin embargo, preferimos mirarnos a nosotros mismos y olvidarnos del mar y un día nos quitaron lo principal de ese territorio que podíamos haber tenido y habernos convertido en el corazón del mapamundi, del mundo entero. 

 

 

Nos lo quitaron a la fuerza, indudablemente, pero también nos hicieron sentir con ese hecho que generó una nueva nación. ¡Qué triste! El haber olvidado tenía mares y que no le podíamos dar la espalda al mar.

Hoy también porciones de ese mar están en disputa alrededor de la isla de San Andrés y Providencial. Después de derrotas y derrotas judiciales, tratamos de lograr una estrategia que nos permita, desde otras perspectivas, mantener nuestra presencia así sea colegiada, en este momento, sobre esas porciones del mar que encierran Seaflower, una de las principales reservas de corales del mundo, que hoy son tan importantes para sostener la vida animal en el océano.

Ustedes pueden abrir hoy —y yo les pido ese camino— la investigación científica de los océanos que nos rodean. Su exploración a fondo, no solamente para sacar el Galeón San José aquí cerca. Este Gobierno quiere sacarlo y quiere, como en el pasado, la ayuda de la Armada en ese propósito para que, quizás, aquí en esta ciudad muy seguramente, podamos mostrar al mundo ya no el Galeón porque no existe, pero por lo menos sí su tesoro.

Ojalá hubiera ahí piezas precolombinas no fundidas, no lo sabemos. Podemos mostrar la historia de ese Galeón, el último gran Galeón en el mundo que aquí no se sabe bien la causa de su explosión frente a barcos ingleses, terminó hundido.

La gloria y la fama de un ejército, de una marina —poderosa indudablemente— que se llevaba nuestras riquezas. No solamente queremos sacar ese Galeón, sino que ustedes se conviertan de acuerdo a su vocación en científicos del mar. Hoy los necesitamos más que nunca porque la vida en el mar está a punto de perecer.

Ayer, antes de ayer en Brasilia, con algunos científicos hablábamos de lo que significan los tres colores para el planeta: el blanco, el azul y el verde, una simbología de colores que encierra un encadenamiento que es absolutamente vital para la vida humana.

El blanco de la Antártida; el azul del océano que sigue allí hasta llegar al verde de la Selva Amazónica. Allí hay una cadena que la ciencia ha descubierto y que es fundamental para que nosotros todavía podamos seguir existiendo en este planeta.

Es que de las corrientes heladas de la Antártida, a través del océano que va generando una corriente de vida, llegan unos vientos a las selvas que hacen que en Colombia haya agua, que hace que esa selva sea el pulmón de la humanidad, que hace que sea el tercer pilar climático del mundo.

Ni Bogotá ni las ciudades andinas ni la población colombiana podrían tener ese líquido precioso que es el agua si esos tres colores no estuvieran vinculados en esa concatenación.

¿Qué pasa si desaparece la Antártida? ¿Qué pasa si las corrientes heladas dejan de llegar por el océano Atlántico hacia la América del Sur? ¿Qué pasa si esos vientos ya no recorren los árboles y millonarios de la selva? ¿Qué pasa si ya no hay selva? ¿Qué pasa con el agua en Colombia? ¿Qué pasa con la vida colombiana, entonces?

Estamos ligados, indudablemente, a unos concatenamientos que hoy se están rompiendo en el mundo, lamentablemente, con consecuencias que pueden ser nefastas, trágicas para la existencia humana.

Nosotros tenemos que aprender de ellos, no solamente leer de las investigaciones de otros pueblos lejanos. Por eso, me enorgullece haber puesto el barco científico que se construyó en Cotecmar (Corporación de Ciencia y Tecnología para el Desarrollo de la Industria Naval Marítima y Fluvial) aquí mismo, el barco científico que está en manos de la Armada para estudiar la Antártida, para estudiar nuestros mares, para que allí crezcan generaciones de científicos y podamos detener incluso o ayudar a hacerlo, los encadenamientos que hoy van en contra de la existencia humana para que podamos juntar el blanco, el azul y el verde, que es la cultura de la vida.

Ustedes representan, quizás desde el conjunto de la Fuerza Pública colombiana, la mayor capacidad para entenderse con el mundo. Ustedes pueden, a través de su profesión, conectarse más que cualquiera que las otras armas e incluso del Estado con otros pueblos más allá del mar, con otras culturas, con otras civilizaciones, con otros, indudablemente, problemas.

¿Cómo juntar pueblos y pueblos para solucionar problemas comunes? Como los que aquí he mencionado porque toca. ¿Cómo lograr que podamos, conjuntamente como humanidad, resolver los problemas que aquejan a la vida?


Ustedes son la fuerza cosmopolita del Estado colombiano, surcando esos mares encuentran la diversidad del mundo, saben qué significa, a través de mirar a la lejanía y sentir los vientos, la palabra libertad.

Saben cómo penetra la belleza en el sentimiento y en el alma cuando en todos esos lugares lo que surge y brota como una explosión es la belleza. Ese cosmopolitismo que puede tener la Armada Nacional y su infantería de marina, lo necesita Colombia.

Por eso, esta Armada tiene que ser mucho más fuerte de lo que hoy es. Le he dado todo el respaldo a la empresa Cotecmar para que pueda seguir creciendo y haciendo las embarcaciones que necesitamos, sean civiles, sean militares, adecuadas a nuestras circunstancias, a nuestros ríos.

Ojalá pudiéramos tener una Satena recogiendo pasajeros en los ríos de Colombia, aislados muchas veces sin salud, muchas veces tan lejanos que pueden morir sin que nadie se dé cuenta. Ojalá pudiéramos construir las embarcaciones para nuestros mares, ojalá como ya se está haciendo, pudiéramos hacer crecer las exportaciones de aparatos que significan, ni más ni menos, el crecimiento de la industria nacional.

Fíjense cómo esa experiencia muestra que la Fuerza Pública puede ser una base sólida de la industrialización. Indumil (Industria Militar), el crecimiento de la industria aeronáutica que hoy tratamos de impulsar firmando un convenio hace algunas semanas con Airbus, la empresa europea de la exploración en términos de aeronáutica y de satélites y Cotecmar en el terreno de la construcción de navíos en el mar y en el río, ojalá, a partir también de encadenamientos industriales, pudiera darnos una base y un pilar de la política económica que este Gobierno quiere desarrollar, que es la industrialización de Colombia.

Pero indudablemente también no solamente se nos abre un espacio científico, un espacio industrial, sino que tenemos que hablar de la paz. Como dije ya en pasadas reuniones en otros lugares, la construcción de la paz de Colombia hoy pasa por resolver una violencia que no es exactamente igual a la que teníamos hace 30 años o exactamente igual a la que teníamos hace 70 años.

Se ha instalado una mesa, por ejemplo, de negociaciones en una cárcel, que junta bandas de jóvenes que han terminado al borde o en el crimen en la ciudad de Medellín.

Poder lograr que esos jóvenes se dejen de matar entre sí, inútilmente, y lograr que se conviertan en jóvenes de paz, que estudien y que se puede ayudar con el Estado a abrir sus oportunidades nos va mostrando unos caminos, indudablemente, difíciles para construir lo que debe ser la reconciliación de Colombia.

Detrás de esa criminalidad que hoy encontramos en regiones de Colombia, están los negocios ilícitos, uno de los cuales destruye los ríos, el medioambiente del país, llena de mercurio las vidas de mujeres humildes, de sus hijos, de hombres. Destruye sistemas de agricultura tradicionales; el oro, la codicia detrás del oro va destruyendo el país.

Gentes, incluso muy necesitadas, a veces no se dan cuenta que es más valiosa el agua que destruyen que el oro que con codicia venden. Algunos sin codicia porque es la única forma de poder subsistir en muchas regiones de Colombia.

La cocaína, indudablemente, que desde hace décadas se apoderó como uno de los productos de exportación de Colombia ilícitos.

Con esos dineros se compran fusiles que disparan a los colombianos, con esos dineros crece la masacre, la muerte de líderes y lideresas, de gente campesina, de pescadores, de gente que no le hace mal a nadie, sino que simplemente quieren defender su terruño, su montaña, su río, su comunidad.

Y todos los días vemos a lo largo y ancho de la prensa cómo va cayendo allá una, otra persona en La Guajira o en Córdoba o en Sucre o en la misma Bogotá.

Destruir el negocio ilícito es construir paz porque debilitamos exactamente lo que hoy se convierte en la destrucción de la democracia colombiana y de la vida humana en nuestro país.

La orden dada de destruir las economías ilícitas, desde la Presidencia de Colombia, juega como un pilar fundamental también para construir la paz, para acortar los tiempos de la muerte, para acortar los tiempos de las guerras, para acortar ese inmenso tiempo en donde los colombianos llevamos durante décadas —y yo diría siglos—, matándonos entre nosotros, perdiendo la oportunidad de construir una nación, perdiendo la oportunidad de nuestro gran valor y riqueza que es nuestra propia diversidad natural y humana, que es nuestra posición en el corazón del mundo, dándole la cara a los dos océanos con lo cual podríamos ser un pueblo absolutamente poderoso.

Por andar matándonos entre nosotros mismos nos quitaron a Panamá, nos quitaron parte de una esencia geopolítica. Hoy es otra nación respetable, indudablemente. Por estar matándonos entre nosotros hemos perdido las oportunidades de construir una gran nación durante muchos años y yo sí creo que llegó el tiempo de acabar esa era que ni siquiera es de años, de la guerra fratricida que pasa por diversas fases y que, ojalá, podamos construir y empezar una era de paz en Colombia, pero para ello hay que destruir la economía ilícita y a la Armada le corresponde una gran misión en este camino.

Tanto en los ríos como en los mares: incautar. Realizar las labores de interdicción, a pesar de que aún nos falta más capacidad en términos de embarcaciones y de tecnología, hacer difícil el negocio porque haciendo difícil el negocio, podemos lograr que jóvenes armados por allá en las montañas y en las selvas de Colombia dejen las armas, dejen de recibir los salarios de la muerte y puedan encontrarse con nosotros en la construcción de la misma vida y de la nación, del pensamiento, del conocimiento, de la resolución de los problemas que nos aquejan.

La orden es incautar la máxima cantidad de cocaína posible en los mares, en los puertos, en los ríos. Contra esa orden, indudablemente, está la corrupción que nos acompaña también como un fantasma, un espectro que no nos deja vivir y construir la nación.

Tanto dinero fácil, indudablemente, produce codicia, produce destrucción moral, destrucción de la ética y destrucción de la nación porque no se puede construir una nación sin ética, sin principios, sin saber por qué peleamos, por qué arriesgamos la vida, por qué nos esforzamos, por qué estudiamos, por qué nos sacrificamos, por qué vivimos.

En estos mares salen toneladas de cocaína —lo sabemos—, quizás algún día sea una materia legal. Acabaría automáticamente la violencia en Colombia, pero no depende de nuestra voluntad, quizás en estos días cambien las modas del consumo como cambian las sociedades y deje de ser atractiva para mucha gente, ojalá no para caer en sustancias aún más letales y peligrosas, como está sucediendo en Estados Unidos con el llamado fentanilo que les está matando 100.000 ciudadanos y ciudadanas cada año, empeorando aún la situación que, en mi opinión, tiene que ver con una mala y desastrosa política sobre las drogas.


Pero mientras eso no cambie en el tiempo, la orden aquí dada es incautar el máximo nivel posible y cantidad posible de cocaína que se exporta, no solo por problemas morales, discusiones que quizás los científicos llevarán más al fondo sobre qué significan esas sustancias en la cultura de estas sociedades que las consumen, sino fundamentalmente porque con esas ventas se está matando al pueblo de Colombia y es ahí donde hacemos el énfasis.

No queremos economías ilícitas que ayuden a generar la financiación de ejércitos de la muerte y ya no tienen ninguna bandera ni principio humano, que utilizan jóvenes y niños pagándoles a veces muchos por el hambre y la situación dramática que vive una parte de la sociedad colombiana, pero que no tiene otro fin, sino que mantener un negocio en el que engordan unos y mueren otros.

Un negocio que podría ser eterno si no somos capaces de debilitar y que en esa eternidad podría ser a muchos de los ejércitos privados del narcotráfico también eternos, matándonos entre sí por años, décadas y siglos. Eso tiene que llegar a su final.

Hay un enemigo en torno a este problema: la corrupción.

La corrupción no deja dar el puño, no deja dar el golpe, la corrupción va cooptando el Estado por secciones enteras al servicio del crimen, la corrupción hace que muchas veces desde el Estado se proteja al criminal, adquiera el criminal poder político.

Cuando un criminal adquiere poder político tiene la capacidad de generar, ya no un homicidio, ya no cien, tiene la capacidad de generar un genocidio y en Colombia ha existido durante varias épocas genocidios sobre nuestro propio pueblo. He ahí el problema de permitir que la corrupción se extienda porque hace que el Estado termine protegiendo al criminal y el criminal con poder político desencadena el genocidio sobre el pueblo.

A ustedes, que son una generación de jóvenes que llegarán a dirigir la Armada como esta mañana hablaba del Ejército, les corresponde y lo dije también esta mañana, la necesidad, la responsabilidad de cuidar el corazón y el alma de la codicia y el poder.

Ustedes tienen hoy la gran misión de ayudarnos a destruir el corazón de las finanzas que están financiando la muerte en Colombia, esa es la misión que les entrega el Presidente de la República. No dejen que nadie, por unos billetes sucios de ese tipo de actividad ilícita, termine haciendo que, entonces, pase una embarcación, que pasen 10, que pasen 100, que pasen miles hacia los Estados Unidos o hacia Europa con el alijo de que se va a devolver esa embarcación u otra con las armas para matarnos a nosotros mismos.

Más cocaína sale, más armas llegan, la cocaína servirá de fiestas quién sabe a quienes o de soledades o de tristezas o de algunas muertes, quizás, pero en cambio las armas que llegan aquí en cambio, cobrarán sangre, cobrarán vidas de gente humilde, de jóvenes, de gente que está al servicio del Estado y no lo está, de campesinos y campesinas.

Cobrará la vida de nuestro pueblo y por eso tenemos que detener ese circuito malsano para que aquí las armas ya no maten a la gente, no maten a Colombia, para que este país de la belleza no sea también el país de la sangre derramada. 

¿De qué nos sirve tanta belleza si se ensangrienta? Esa misión se las dejo a ustedes. Han estudiado las técnicas del mar, han estudiado el agua, han estudiado los vientos, han estudiado la tecnología, han estudiado quizás la historia, la del Almirante Padilla, hombre negro, que fundó nuestra marina en una primera batalla gloriosa y que fue fusilado por el libertador.

En esas conspiraciones que el poder teje, en eso que yo llamo la droga del poder que termina incluso en las revoluciones, como aquella que nos dio la independencia y nos hizo ser una República, terminó eliminando a sus mejores hijos, incluido al libertador.

Esa historia nos enseña el peligro del poder y la codicia, pero esa historia también tenemos que aprender, ya se van a conmemorar dos siglos de la construcción de la Armada en Colombia a través, en primer lugar, del Almirante Padilla, pues que esa historia también nos enseñe —para hoy— a protegernos.

Que de esas embarcaciones que salen con alijos de puertos de Colombia, de la isla de Providencia o de San Andrés, que no nos permiten controlar el océano Pacífico de esas protestas para no hacer un muelle allá en la Isla de Malpelo, alguna protesta bien intencionada que tiene que ver con la ecología y con el mar, pero otras interesadas en que no tengamos un radar para vigilar las embarcaciones que se van, que ojalá podamos detener al máximo lo que será la financiación de la muerte en Colombia si no lo hacemos.

Ustedes antes que nadie, tienen ese deber, antes de la codicia luchando contra la corrupción, detengan los ríos del dinero con que se van a financiar las muertes de Colombia. Vale más nuestra agua, vale más la vida de los colombianos y colombianas que esa suciedad que sale por aquí o por allá y que nos está matando.

Nos mata más que a los norteamericanos, nos mata más que a los europeos a donde llega esa mercancía, nos mata a nosotros porque la codicia termina desatando el genocidio.

La Armada Nacional tiene la indicación de detener el desangre de Colombia, a partir de construir las operaciones nunca antes vistas en su magnitud de interdicción marítima y fluvial en Colombia o por fuera de Colombia.


Esa es mi orden como Comandante en Jefe de las Fuerzas Militares, constitucional del país y espero su cumplimiento.

De ustedes jóvenes, espero que sean científicos y científicas, de ustedes jóvenes espero que abran el cerebro y el alma a todos los conocimientos del mundo, que la ciencia inunde la Armada, que podamos hacer embarcaciones para civiles, para los militares, para investigar, para sentirnos orgullosos de la bandera colombiana cuando esta vaya por todos los mares del mundo.

De ustedes espero que sean la fuerza constructora de la paz, de ustedes espero la alianza con el pueblo humilde, con ese campesinado de los Montes de María al que hay que socorrer para que no los invada de nuevo la masacre.

Ese campesinado de los ríos allá en las selvas, de esos pueblos afros e indígenas que ansían una alianza con el Ejército, con la Fuerza Pública de Colombia para construir democracia y para construir justicia y sobre todo para construir paz.

De ustedes jóvenes, espero esa alianza con el pueblo para que esas armas defiendan los derechos y las libertades, la dignidad del pueblo colombiano todo, piense como piense, política o no políticamente, de ustedes espero que en esa alianza con el pueblo colombiano y con el conocimiento y con los mares y con la fuerza, pero sobre todo con la razón podamos construir una nación poderosa que aún no hemos podido hacer, la gran nación colombiana que pueda ser vanguardia en una humanidad que hoy sufre una de sus peores crisis en la existencia.

Que ustedes jóvenes puedan dirigir las armas con responsabilidad, la responsabilidad ética de saber que el principio del derecho, de la razón y de la libertad son los que siempre deben guiar el manejo y el uso de las armas públicas.

Gracias, felicitaciones.

Manrique López un abrazo muy especial a su familia, que este triunfo, este día, que son los que quedan en la memoria siempre en su existencia, lo marque y sea ojalá un gran líder en la historia futura de Colombia.

Gracias, muy amables.

(Fin/cafr/mpp/jdg/erv)